HITOS DE MI ESCALERA (45) -II-

Un viaje de fin de curso es… En fin, todos lo sabemos. Y yo sabía algo, porque algunos había realizado como participante, no como controlador. Es una diferencia importante. Pero como la responsabilidad nunca me metió miedo, me embarqué en la aventura.

He de admitir que los chicos se portaron en general bastante bien. No constituían un grupo problemático, aunque hubiera dos subgrupos distintos, uno de cada instituto. Aun así, hay que estar pendiente de muchas cosas en cada llegada, hacer controles numéricos, presenciales, la intendencia, las comidas, las dormidas… Ser uno de los cuatro adultos entre casi 50 adolescentes con ganas de marcha, tiene sus dificultades. Pero, insisto, eran un grupo decente. No olvidemos que los destinos que habían elegido eran París, Bruselas, Amsterdam. No Mallorca, Ibiza o Magaluf. Eso ya decía algo de aquellos chicos. El problema no vino por el grupo, sino por un caso concreto, que acabó amargando parte del viaje. Por fortuna, fue en la etapa final del mismo.

Por resumirlo mucho: en uno de los recuentos a la hora de cenar, faltó una de las chicas del otro instituto. ¿Cómo era posible? Pues así fue. Consultadas las amigas principales con quienes iba, nadie supo darnos noticia que nos tranquilizase. La última vez que la habían visto había sido por la tarde en Amsterdam. Nos encontrábamos, sin embargo, en un hotel de una de las localidades próximas: Monnickendam. Y allí se desarrollaría todo el drama.

La primera interrogada fue la bibliotecaria, la responsable última del grupo del otro instituto, el del Juan del Enzina. Cuando digo interrogada, debe entenderse en esos mismos términos. Yo no era capaz de entender que desde Ámsterdam al hotel, cuyo trayecto se realizaba en nuestro autocar, no se hubiera descubierto ya entonces que la chica no estaba. Según ella, respondieron todos ellos. Pero no sólo consiste en leer una lista y que respondan “presente”. Hay que contar cabezas y asientos vacíos. Como desde el principio habíamos decidido que ella se encargaba de los suyos y yo de los míos, cuando le preguntaba “¿están todos?”, si respondía que sí, yo asentía, y daba al conductor la orden de marcha. Pero esa vez el control había fallado. Y la primera responsable había fallado. Yo, también. Como responsable último, había fallado por comodidad inercial.

Mientras, los minutos y las horas iban pasando, y no se sabía nada de aquella chica delgada y rubia, cuyo nombre y apellidos jamás olvidaré por motivos obvios. Hubo quien habló de ir a la policía. Hubo quien planteó llamar a los padres. Hubo, hubo. Yo me resistía a todas las opciones. Buscaba comprender. Desde luego, cabía la posibilidad de lo peor: secuestro, violación, muerte. También de lo más trivial: perder el bus, llegar tarde. Pero yo -optimista, en esencia- me resistía a pensar tanto en lo peor, como en lo más trivial -todos disponían de fotocopias con la dirección de cada hotel en cada lugar donde nos alojamos; en aquella era pre-móviles, todos disponían de la dirección a donde dirigirse, caso de que se perdieran o pasara algo.

Sin embargo, yo estaba mosca. Porque sólo se había perdido una. Y los adolescentes son animales gregarios. No van solos ni al baño. Y siendo chicas, más. Por eso a mí no me convencía que las compañeras no hubieran dicho nada, como había saltado la alarma dos días antes en París cuando una pareja se retrasó unos minutos, porque habían entrado en un establecimiento, y les costó llegar donde estaba el bus. Enseguida dijeron: “faltan fulanito y menganita”. Esperamos, llegaron, les cayó una bronca seria pero flexible, y ahí quedó la cosa. Pero aquí no. Y por ahí comencé a indagar.

Prescindiendo de la bibliotecaria, con quien ya hace días me comunicaba lo justo, fui, con la ayuda de la madre de mi instituto, habitación por habitación, preguntando más en concreto, pero nadie sabía nada. Me parecieron sinceros. Dejé para el final a las dos amigas con quienes se la había visto más unida. Tampoco comunicaron nada nuevo. Como el tiempo pasaba, y era casi la medianoche, decidí interrogarlas yo solo, y por separado. Llegué a ponerme muy agresivo con mis palabras y proferí serias amenazas, porque confieso que me estaba cagando de miedo y me veía en medio de un fregado de dimensiones tremendas. Después de veinte minutos, a una no le conseguí sacar de su discurso, y se mantuvo en sus trece, aunque cada vez se mostraba más nerviosa y poco creíble. Pero la otra acabó cantando. Y cuando escuché la historia, no podía creerla, aunque resultara de una simplicidad desarmante, que mi impericia me había impedido siquiera contemplar.

(Concluirá muy en breve)

Pd/ Si deseas leer los anteriores Hitos de mi escalera, puedes pinchar en la categoría del mismo nombre, ahí arriba, a la derecha. O aquí

4 Comentarios

  • Sasy
    Posted 5 de julio de 2021 17:41 1Likes

    Recoño!! Me tienes en ascuas!! Aunque puedo ponerme en mis 16 años y casi casi me imagino que pasó con la muchachita en cuestión…
    Ganas de seguir leyendo Maestro..

  • Eduardo Arias Rábanos
    Posted 6 de julio de 2021 09:23 0Likes

    Jajjajja. Mucho me alegra tu expectación. Eso significa que el suspense ha sido bien dosificado. La solución, que tal vez ya hayas entrevisto -o igual no, ¿quién sabe?-, sale hoy mismo, justo antes de que puedas ver a España derrotar con contundencia a Italia. Gracias por comentar, Linda

  • Emma
    Posted 10 de julio de 2021 10:02 1Likes

    Derrotar con contundencia a Italia… Eso deseaba la España futbolera, incluso la otra. ¡Qué lástima!
    He llegado al final del hito y no he podido resistir la tentación de leer la conclusión sin comentar este, que lo sepas.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 11 de julio de 2021 09:08 0Likes

      Pues, como le decía a Sasy, son buenas noticias. El relato debe tener el suficiente interés como para que quisieras saber qué pasaba al final. ¡Pobre España! Aunque, de lo malo-malo…

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