HACIENDO LA FOTO SORPRESA DE LAS VACACIONES

Lo que primero nos llamó la atención fue la alegría de esos dos hermanos, que jugaban de continuo entre sí. Pero a continuación, el buen rollito que se traían los niños con su padre, algo digno de contarse en extenso, nos captó por completo. Y aunque él no sale en la imagen, porque era quien desde otro ángulo de la plaza porticada, les estaba haciendo una foto a ellos, ese padre es el verdadero protagonista de la imagen, aunque sea por su ausencia. Porque las tres miradas convergen concentradas desde la distancia en su cuerpo acuclillado, que hacía equilibrios sobre el adoquinado del interior de la plaza para componer el encuadre mejor, o la expresión que más risas provocara, cuando ya en casa vieran las fotos de las vacaciones todos juntos.

No nos costó imaginar, una vez que los perdimos de vista, el delicioso panorama familiar en que dos adultos y dos niños comparten la vida con una serie de reglas bien fijadas, bien asumidas, y con mucho amor que repartir a cuatro bandas. Y pese a que la madre era el vértice menos atrayente del cuarteto, no deja de captarse su capacidad protectora e implicada al acordonar con su brazo y su mano que los chicos no se desparramaran en exceso. De hecho, cuando la foto fue terminada, quien primero quiso verla fue ella, como para dar su visto bueno o para -quizá- sugerir otra que quedase mejor. En este caso, la mano de ella sobre el cuello de su pareja, que acarició con suavidad unos instantes, pareció ratificar la obra bien hecha, y el respaldo que la unión de todos bien merecía.

Nosotros seguimos sentados en aquella terraza de la preciosa Place National de Montauban. Ellos se alejaron bajo los soportales, contagiando sus risas y su alegre unión a cuantos pudieran verlos u oírlos. La sonrisa que nos transmitieron se nos tardó en borrar más tiempo que el sabor del café con leche de media mañana.

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