EL MAESTRO ENSAYA

Tras unos segundos de respiración, el cuerpo se acomoda, se sienta, ocupa su espacio. La cabeza y las manos buscan su encuentro en la confluencia con el instrumento. Unos segundos más para afinar el temple de las cuerdas, que aguardan tensas, como el aire que todo lo envuelve. Los ojos no se desvían de su profundidad interior; en ningún momento han levantado su vuelo. El instrumento lo ocupa todo, la memoria recupera sus automatismos, y el recuerdo de las notas se ordena por completo. La pequeña sala arde por el silencio que pueden conjugar un cuerpo, una silla y un violoncelo con su arco. Unos segundos más de pausa, como si aguardara una señal divina para la epifanía. Al final, las manos inician con suavidad el acercamiento a la posición de inicio. El escaso pelo desordenado, blanco, testigo decreciente de tantas situaciones similares, muestra el contraluz de la iluminación trasera. El maestro está dispuesto una vez más a probarse a sí mismo. A lograr la magia de simular un cuarteto de cámara con un solo instrumento. La concentración alcanza su clímax preciso. El arco llega por fin a las cuerdas, posándose unos segundos sobre ellas, con un contacto mínimo y delicado, como si absorbiera energías dispersas en el pequeño recinto. En el último momento, el maestro comienza el ensayo. Otra vez Bach y su Suite para cello nº 1 inunda la sala para él solo, ahora; para todos, siempre.

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