EL CURIOSO ALBOROZO POR LOS CUMPLEAÑOS

Celebrar (o lamentar) cumplir años es una de las tradiciones más curiosas de los humanos. Objetivamente, sólo cabría alegrarse por haber superado otro período de tiempo sincronizado con el avance del planeta por el espacio alrededor de su estrella: es decir, por haber seguido viviendo, por no haber muerto antes de tiempo. Aun así investimos dicha jornada de todo tipo de ropajes festivos, dotándola de un carácter especial que en puridad ni tiene ni merece. Pero el cumpleaños es una fecha ambigua. Es un día que nos acerca más al final y nos aleja del principio. Solemos hacer balance, pero estamos diseñados para pensar que por mucho que hayamos logrado conseguido, toda vida es una suerte de fracaso. Siempre se siente una absoluta desproporción entre lo deseado y lo logrado: el ser humano es un proyecto de fracaso continuo, al menos desde su frágil e insegura mente. Pero también el día en que se cumplen años, entramos en trance y llegamos a pensar que se pueden plantear proyectos que nos impulsen otro poco en la carrera por justificar la vida, mientras nos dirigimos hacia la puerta de salida. Es una entelequia, por descontado. Nada grave, en realidad. Todos lo hemos sentido y practicado. Sólo que yo hace muchos años que no albergo ninguno de esos planteamientos este día que la tradición señala, pero que a mí me parece un día poco señalado.

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