LOS OBJETOS, PELIGROSO Y FASCINANTE IMÁN DE RECUERDOS

Es posible que los objetos no tengan sensaciones, que se hallen desprovistos de un alma latente que sostenga sus existencias. Pero a mí me gusta imaginar que sí la tienen, que disponen de una autonomía sentimental que precisa de la mía para sentirse bien, y poder, de ese modo, traspasar sus pulsiones positivas al dueño al que pertenezcan. A mí me gusta pensar eso, y la emoción que ello me procura es fuente de felicidades aleadas de recuerdos, gratos la mayoría, otros no tanto.

Ayer, por fin me decidí a hacer los agujeros pertinentes para colgar las tres estanterías donde colocar esa multitud de pequeños cachivaches que, en conjunto, componen un ramillete de momentos, de sentimientos, de personas, de hechos, de lo más granado de mi vida. Ayer instalé las tres repisas. Pero aún no coloqué los recuerdos en ellas. Parecería que me reservo. Pero no sé muy bien de qué. Tal vez tenga miedo a comprobar que su ubicación ahí, al lado de la entrada, en el recibidor, no me proporcione el mismo placer que antaño me dieron cuando los instalé por primera vez en la otra casa. Tal vez crea que, poseído de influencias de magia simpática, esos objetos hayan dormido tanto tiempo hacinados en una bolsa, sin respiración, en caótica convivencia, obligada y heteróclita, que hayan dejado de resultar evocadores, que su materia sea lo único que puedan transmitir. En fin, ¿quién sabe? Como siempre, las especulaciones, las hipótesis sólo pueden revolverse comprobando todo el proceso y experimentándolo hasta sus últimas consecuencias.

O, por el contrario, ¿temo que el cúmulo de sentimientos, situaciones y personas me asalten de improviso y provoquen una cascada de lacrimógenas imágenes pretéritas? Acaso, acaso.

Del diario inédito Escorzos de penumbra, entrada de 25 de Abril de 1999

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