CON ÉL EMPEZÓ TODO

Mis dioses literarios pueden apellidarse Borges, Camus, Cioran, Carver, Kafka, Machado, Montaigne, Papini, Pessoa, Pla, Poe, Quiroga, etc.

Mis diosas literarias pueden llamarse Natalia (Ginzburg), Leila (Guerriero), Ana María (Matute), Anaïs (Nin), Ana María (Shua), Marguerite (Yourcenar), Susan (Sontag), Montero (Rosa), etc.

Da igual la complejidad de que hayan dotado a sus obras, la belleza que hayan obtenido, los placeres que me hayan procurado.

Yo no soy lector gracias a ninguno de ellos.

Yo me hice lector empedernido, amante lujurioso del diccionario y curioso compulsivo, gracias a varios señores que, cuando yo era muy pequeño, inundaron mi mente de historias, mucho humor, mucha inteligencia, mucha ternura y mucha mala leche también. Esos señores dibujaban cómics en una época complicada. Trabajaban sobre todo para una editorial esclavista (Bruguera). Entre esos señores, destacó uno por encima de todos, y no sólo en longevidad o cantidad de producción. Se llamó Francisco Ibáñez. Murió a edad provecta hace unos días.

No suelo hacer obituarios. Pero éste es de obligado cumplimiento. Le debo mucho de todo lo que vino después. Podrá descansar en paz. Espero que sus obras no, y que yo cuando vuelva sobre sus inmortales personajes, tampoco.

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