ARQUITECTURA OLÍMPICA

El oráculo de Delfos jamás llegó a pronosticar que los sagrados juegos dedicados a los dioses del Olimpo llegarían a un extremo como el que el mundo actual nos ha permitido observar. De igual modo, no consta que en ninguno de los dictámenes de la pitya, severamente guardados por la Historia, se revelara la realidad futura de una competición que surgió como homenaje de los humanos hacia los inmortales a quienes todo debemos. Por eso, entre quienes hemos visitado el santuario délfico, aumenta la curiosidad acerca de qué habrían pensado aquellos sacerdotes sobre los edificios que hoy albergan los nuevos juegos olímpicos. Acaso les parecieran fríos, desprovistos de un alma que para ellos era la esencia de la gloria más elevada que pudiera conquistar cualquier mortal. Acaso les parecieran bellos, pero en exceso decorativos, y tal vez perturbadores de la verdadera finalidad de los juegos. Puede que no entendieran cómo algo tan noble como la competición digna podría haber llegado a convertirse en un negocio absoluto y en fuente de corrupciones impostadas. Lo más probable es que no se pronunciaran de inmediato, dada su reconocida prudencia, y que se guardaran su dictamen para no ofender a los hombres ni a los dioses. Serían, en cualquier caso, más discretos que yo, a quien esos negocios repugnan, a quien todo el espectáculo que se mueve alrededor de dicho evento le parece un cáncer terminal, y a quien esa arquitectura fascina por completo.

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