LA ESCRITURA POR DINERO DE SAMANTA SCHWEBLIN

Hablar de Samanta Schweblin es hacerlo de alguien que escribe muy bien, que ha sido y sigue siendo una autora muy premiada, que ha hecho de la brevedad (cuento, novela corta o de tipo medio) la principal vía de su expresión, que transmite una calidez deliciosa oyéndola en las entrevistas audiovisuales, y a la que apetece incorporar de inmediato al elenco de autores favoritos, en el caso de que no se la conociera desde antes. Lejos, pues, de mí, animadversión alguna. Pero hoy escribo esto para criticar algo que dijo en 2015 cuando fue entrevistada para un medio español.

El encuentro se había suscitado por haber logrado en ese momento un premio en nuestro país (no era el primero, ni sería el último): el IV Premio Ribera del Duero, que edita Páginas de Espuma, especializada como ya es sabido en la difusión del género cuento en todas sus divisiones. Y sí, el libro premiado era un libro de cuentos: Siete casas vacías. Magnífico, por cierto. Y sobre él divagaron entrevistadora y entrevistada a lo largo de cuatro estupendas páginas. Pero en un momento determinado, se me descolgó el placer por el párpado abajo, porque no quería creer lo que estaba leyendo. Transcribo el momento, tal cual; y aunque casi no haría falta comentario añadido, hoy tengo el día perverso, y opinaré después.

P: Javier Sierra, un autor español, dijo que no escribía por dinero sino por tiempo. ¿Siente que este premio le ha regalado más tiempo para hacer lo que te gusta?

R: Estoy feliz con este premio y muy agradecida, pero todos los amigos me hacen el chiste de «ahora el vino lo pagás vos», o cosas así. Y la verdad es que me duele un poco, siento que es injusto ese comentario. A mí el libro me llevó cuatro años de escritura. Si a ese premio le quitamos los impuestos y lo que se llevan los agentes, y lo divides entre cuarenta y ocho meses que me llevó escribir el libro, estoy ganando menos que el sueldo mínimo. Entonces, ¿por qué hay que entregar este dinero al escritor como si fuera un premio? No es ningún premio, es lo que vale escribir un libro.

Entrevista de Ingrid González, revista Qué leer, nº 211.

Tal cual. Le faltó añadir “porque yo bien lo valgo” o similar. Confieso que tras las delicias que había leído antes de llegar a ese punto, hizo que el descabalgamiento fuera mayor, y que lo que leí desde ahí, ya no me gustara tanto, aunque el tono fue tan bueno como había sido al inicio.

La autora argentina, trasplantada voluntariamente a Berlín desde hace años, acredita tener poco sentido del humor. Como quien patrocina el premio es una Denominación de Origen vinícola, las bromas de los allegados parecen cantadas para cualquiera de los premiados de tan reputado premio. Pero ella carece de cintura, parece. Y se considera injustamente tratada. Sorprende que diga eso, viniendo de una argentina, donde, como en España, el acuchillamiento cainita hacia quien triunfa se da por hecho. No obstante, sí, los comentarios de sus amigos la entristecen. Pero lo peor no es eso.

“Cuatro años de escritura”. Ése es el argumento falaz que esgrime para explicar que en realidad lo que le han dado es más bien poco, una vez descontados los “gastos”. Digo falaz, porque es un libro de 128 páginas, y siete relatos. Parece inapropiado decir que has estado cuatro años escribiéndolo. Si aplicamos su mismo cómputo en meses, le salen 2,66 páginas por mes, correcciones incluidas. Parece poco trabajo, o magro esfuerzo. E insisto en lo de falaz, porque no se puede recurrir en arte, literatura, música o cualquier actividad artística, al tiempo o a la cantidad como criterio de juicio o valor. O se puede, como en su caso. Pero resulta grosero y monetarista. Y muy inapropiado, vamos. Pero lo peor tampoco era esto.

Lo peor es la última frase: «No es ningún premio, es lo que vale escribir un libro». Nuestra querida autora considera que un premio es el equivalente de un sueldo, pero no el de los demás, sino su sueldo, el que ella merece. Como si lo obvio fuera que iba a ser ella la premiada. Como si no hubiera arrumbado las esperanzas de los 835 participantes que con ella concursaron por el galardón. Como si los demás no hubieran consumido su tiempo, tal vez también sus años, en sus respectivas obras. Ella no considera esa distinción como una recompensa a algo excepcional y valioso, por encima de otros que aspiran a lo mismo -curiosa prueba de humildad, no obstante-, sino que el premio es el sueldo de todo el esfuerzo dejado atrás, cobrado íntegro al final del proceso -curiosa muestra de desagradecimiento, a fe-. Con sus palabras parece querer decir que ese premio estaba reservado para ella, como justa recompensa a su labor de cuatro años. La de los demás, como es lógico, no merecería dicho pago. Sólo ella. De calidad, ya ni hablamos. Ni de la de su obra, ni de la de los demás. Curiosa muestra de agradecer el galardón, insisto.

De modo que la pregunta que le formulaba la entrevistadora queda por fin revelada, aunque no la respondiera con claridad: ella escribe exclusivamente por dinero, y lo demás son zarandajas idealistas. Eso sí, está muy mal pagada, la chiquilla. Gana menos que el sueldo mínimo. Y eso, cuando gana. Premios, digo. Digo sueldos.

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