Este complejo paso procesional, que se halla expuesto al público en el Museo de la Semana Santa de Zamora, es un magnífico resumen de lo que en cuanto a imaginería supone la tradición católica en el tema tan controvertido de la Pasión de Jesús. Cada uno de los personajes muestra en sus rasgos y expresividad un compendio de los tópicos que la Iglesia ha adjudicado a los protagonistas de esos hechos capitales de su propia historia. Se trata de cinco figuras de tamaño natural, que representan una escena compuesta para la ocasión, pues no figura de ese modo en los evangelios. Pretende influir en el espectador de un modo directo estableciendo la categoría ética y personal de cada personaje. Los veremos, en importancia creciente.
A la derecha, el esclavo negro (de los que había bien pocos en aquella época en Palestina), en su papel de sirviente de Pilatos, a quien le sostiene la jofaina donde se lavará y la toalla que secará sus manos. El esclavo mira al gobernador con miedo, pero también con curiosidad por el gesto de su amo, que no entiende muy bien. Representa la servidumbre sumisa al poder.
En el medio, un personaje que podemos identificar como miembro del Sanedrín (Anás, Caifás), con vestiduras elegantes y caras, pero con rasgos que el tópico atribuye a los judíos (nariz ganchuda y gesto agresivo, acusador). Se dirige a Pilatos diciéndole algo, que su mano acusadora induce a pensar que sería algo relacionado con la conveniencia de que la sentencia final fuese de muerte, algo que las autoridades judías no podían establecer, pues dicha potestad se halla reservada al representante del poder romano. Representa al culpable de que la muerte de Jesús se acabe llevando a cabo.
En un claro segundo plano se halla la figura del gobernador romano, Poncio Pilatos. Es quien pronunciará la sentencia, pero los cristianos nunca le han considerado el responsable de su ejecución, que, al serle atribuída a los judíos, inauguraba de ese modo el antisemitismo que ha padecido este pueblo desde entonces. El gesto de Pilatos parece ensimismado, con cierta pesadumbre, serio, mientras se lava las manos en la jofaina que porta el esclavo. Un gesto que pasará desde entonces a significar desentendimiento de las consecuencias de los actos propios, que han venido forzados o no decididos voluntariamente. Representa al poder, molesto porque le hayan involucrado en una disputa que Roma consideraba exclusivamente como un asunto interno judío.
Con un protagonismo que este paso acentúa, el soldado romano se adelanta al espectador en un primer plano, con rostro sonriente y burlón, para señalar a Jesús, a quien insultará o difamará sin recato, al objeto de divertirse y burlarse de una situación que añadía “actividad” a su agotadora labor de vigilancia de un pueblo díscolo y propenso a la desobediencia. Parece preguntarnos qué nos parecen los atributos que le han colocado al “rey de los judíos”. Representa a la soldadesca ocupante, en un acto de divertimento, ignorante de la trascendencia de lo que sucede ante sus ojos.
Por último, la figura grave y digna de Jesús, que es tan judío como el sacerdote de su derecha, pero cuya nariz, genotipo y belleza son muy distintos a los de su acusador, por los convencionalismos que la Iglesia Católica fue perfilando con el tiempo. De pie, con los ojos cerrados, como dejando que todo transcurra sin intervenir ante lo inevitable. Ataviado con la púrpura, coronado con un trenzado de espinas, y portando una caña como cetro, aguarda el siguiente episodio de su Pasión. Representa la actitud divina de aceptación serena de cuanto está dispuesto para iniciar su labor redentora.
Sólo cinco personajes, sin apenas mobiliario ni atrezzo, pero cuyas actitudes bastan para hacernos una idea global de lo que debemos pensar sobre cada una de las partes intervinientes en la muerte de Jesús, llamado el Cristo.