Este claustro no es de los más bellos que albergo en la memoria. Pero cuando volví a ver la foto, me trajo recuerdos de otros que sí lo son y donde también, como en este caso, leí algunas líneas de algunos poetas de silencios silábicos y estremecidas pausas con que aliñar la soledad y la meditación. Ahora, así, con rapidez, se suceden fugazmente ante los ojos memoriosos unos cuantos franceses, varios españoles y alguno que otro portugués. En ellos, el librito acompañaba la bolsa de fotos y ninguno de ellos se entendía sin el compañero. Se complementaban de la manera más simbiótica posible. Y algunas imágenes que capturé no se entenderían sin las palabras leídas en voz baja, pero audible, de algunos autores a quienes quise homenajear en mis visitas. Particularmente emotivas fueron las lecturas de Pessoa en los Jerónimos, de Julio Llamazares en Santillana del Mar, de Caballero Bonald en Silos o de Yourcenar en Moissac. Escandir sus versos o su prosa poética en semejantes escenarios ha sido una más de las felicidades que me han procurado la combinación de arte y literatura, sin que ninguna se resienta; antes al contrario, amparándose una en la otra, me han hecho alcanzar alturas inimaginadas. Sea así por muchos años, por muchas veces, por muchos versos, en muchos claustros.