LO MISTERIOSO DE LA FASCINACIÓN

Sabemos que las proporciones anatómicas no son las adecuadas, que la elongación de los dedos, su repetición estereotipada uno al lado del otro siguiendo esquemas preconcebidos y repetidos hasta la saciedad, no son los que podríamos llamar canónicos, correctos. También percibimos que la mezcla de hueco-relieve y pintura no siempre es la más feliz combinación para representar realidades, por las sombras y volumetrías cambiantes dependientes de la angulación de la luz incidente; o que el estuco arañado y la desvaída pintura al fresco no son los materiales más solemnes o cortesanos. De sobra conocemos que la antigua simbología egipcia nos resulta demasiado misteriosa (y hasta en ocasiones chocante), por su omnipresente religiosidad y por sus significados aún no bien desvelados, a pesar de los muchos avances llevados a cabo en casi dos siglos de efervescente actividad interpretativa. Sí, sabemos eso y muchas cosas más que nos desconciertan en lo más profundo. ¿Por qué, pues, nos atraen y nos fascinan tanto?

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