LA MUJER SIN CABEZA

La mujer decapitada tiene hambre. La revoltura la consume. Los hechos más recientes, también. La memoria no hace sino empeorar las cosas. Ha recordado su infancia. Cuando su madre le traía un vaso de leche todas las noches al acostarse. Y de repente se encuentra deseando tener en sus manos un gran vaso de leche con que saciar su añoranza de antaño, su rencor por lo sucedido esa misma tarde, con que evaporar las previsiones más funestas. Se inclina sobre la mesa, y todo su cuerpo se vence, por su pecho, pero la cabeza no le responde. No la tiene. Hoy mismo se la han arrancado de un solo tajo. El vaso de leche, en cambio, se encuentra frente a ella. La fuerza de su deseo lo ha hecho surgir al borde de la mesa. No es muy grande, pero permitiría saciar de golpe su sed de felicidad pasada, de justicia presente, de antojo futuro. Alarga las manos, pero éstas son ciegas, sin ojos que las guíen. Bracea hacia un lado y otro, como una nadadora invisible en un líquido opaco. Impotente, se vence de nuevo sobre la mesa. Las manos hacia adelante, intentando atrapar no sabe bien qué. La leche, impasible, inmóvil, blanquísima, aguarda.

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