ÍCARO, HUÉSPED DE LAS PROFUNDIDADES (MICRORRELATO)

Ícaro no se desplomó desde el cielo porque sus alas de cera y pluma se derritieran al contacto con el sol (cualquier físico podría desmontar tal falacia). Lo que le sucedió fue que siempre había soñado con ser un ángel. Y ello, porque la religión de sus ancestros le sonaba demasiado a mitología. Por eso, en cuanto Dédalo le ayudó a construir aquellas alas maravillosas, lo que hizo fue subir, subir, en busca de ángeles. Pudo hallar algunos, e incluso llegó a conversar con ellos de lo humano y lo divino. Pero para su desgracia postrera, el Supremo Hacedor consideró su anhelo como una muestra impropia de ambición y de soberbia que no podía tolerar. Así, ordenó a uno de sus espíritus flamígeros que pusiera fin de inmediato a tan desmedida pretensión. Fue obedecido sin demora. Las crónicas refieren que la estela de la ígnea caída suscitó la atención de otra criatura también ambiciosa, antaño bellísima y entonces exiliada, que se apiadó de inmediato de su desgracia, abriéndole un hueco hasta las profundidades del abismo, donde aún permanece en su solidaria compañía.

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