FASCINACIÓN POR “BLACK MIRROR”

Estoy impactado con Black mirror. Se trata de una serie británica reciente sobre distopías recreadas en un futuro bien próximo, no sé si por fortuna o por desgracia. Lo que nos plantean sus episodios independientes son diversos futuribles asociados al uso, abuso de las nuevas tecnologías, y a sus consecuencias siempre inesperadas. Lo que muestran, sin embargo, es tremendo: te desencaja, te vapulea por dentro, te hace preguntas durísimas que inicialmente quedan sin respuesta. Las dejas rumiando dentro. Pero no maduran lo suficiente. Porque no eres suficientemente maduro. ¿Quién lo es? ¿Hemos usado lo bastante estos aparatos que ahora nos facilitan y nos complican la vida a partes iguales en apariencia? ¿Somos conscientes del mundo que estamos creando entre todos? ¿Lo hemos sido alguna vez? ¿Supieron los hititas lo que iban a generar con su novedoso armamento de hierro? ¿Sabemos hoy lo que internet y la telefonía móvil, aunados podrán desarrollar en un corto plazo, habida cuenta de lo ya transformado en la vida social, económica y política del planeta? ¿Reconocemos nuestra impericia para poder prever las consecuencias de algo que en apariencia es un avance? ¿Un avance es necesariamente un recorrido hacia adelante, o admite recovecos, parones, recorridos sinuosos de replanteamiento, frenazos? No lo sé, claro. Demasiadas preguntas. Y, sin embargo, hay quien ya tiene bastante con la realidad. Y cree que las series no deben hacer pensar. Todo lo más, entretener. Pero yo no soy de ésos. Soy de los que gustan de entretenerme pensando, de los que piensan mientras se entretienen, de los que pueden pensar sin entretenerse necesariamente. De los que piensan, vaya. Aunque no llegue más que a conclusiones personales y válidas sólo para mí, aunque no siempre. Pero me gusta que me hagan pensar y cuestionarme lo que ya sé, para pensar de nuevo. Por eso me gusta Black mirror. Perdón. Quería decir que me fascina Black mirror.

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