¿DEL AMOR? EN PRIMERA PERSONA

Pese a todo lo que se diga, nadie puede hablar cabalmente del amor. Como mucho, y siendo generoso con el permiso, uno puede hablar de su propia experiencia personal, que tampoco es que dé para mucho (una vida… siempre es poco, a qué engañarse). Sin embargo, se generaliza mucho, se comercializa más y -como todo el mundo ha tenido la experiencia a mayor o menor nivel- se pontifica lo infinito.

Con todo, lo cierto es que hablar de amor es muy fácil. Parece que cualquiera podría hacerlo, tomando como base sus propios pasos en la materia. Pero por eso mismo, me parece frívolo, oportunista y autojustificativo.

Como mucho, del amor cabría hablar en primera persona. Y no de cualquier forma, sino en un susurro, con la compañía adecuada del género que se quiera, con la condición que se desee, arropados bajo una manta, tomando un té aromatizado en un salón o sintiendo la caricia del sol en una playa. Uno podría decir, entonces, en la confidencia: “pues no, no me he enamorado nunca, pero llevo emparejado con la misma mujer desde hace casi doce años, cuando no pensaba que el asunto pasara de dos o tres meses a lo sumo, lo cual en alguien con mis características, debe significar algo más que mucho”. También, podría comentar: “no sé cómo lo hace, porque es más divertida que la radio, y me cago de risa nueve y media de cada diez veces que estamos juntos, por no hablar de que cocina como los ángeles, pero también lee, camina, ve cine, viaja, hace fotos, cursillos, cuida a sus hijos, a sus padres, a sus amigos, a sus sobrinos…”. O incluso, algún detalle anatómico: “siempre que caminamos, no podemos hacerlo sin que nuestros dedos vayan juntos e incluso en el cine jugueteen, aun a veces sin sentirse, de pura costumbre relajante, y también resulta que esos dedos que acarician, se entrelazan, amasan, hojean, disparan, señalan, planifican y se hidratan a diario, han caminado junto a mí unos cuantos miles de kilómetros por cinco países europeos, amén de unas cuantas provincias del país patrio”. Aunque lo más seguro es que sólo se escuchara al final que quiero seguir haciéndolo, porque si no lo hiciera, demasiadas cosas se desajustarían. Empezando por mi cabeza, siguiendo con mi entusiasmo y mis proyectos, y terminando con mis dedos, que sólo se podrían encaramar a la frialdad de la empuñadura de mi cámara, a las curvas nacaradas de mis plumas y a las convexidades doradas de mis libros. Únicamente.

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