ÁNGULO RECTO, CASI PERFECTO

Caminaban lentamente, cuando el sol declinaba. Sus caras estaban serenas, pero serias. Sus manos no iban entrelazadas y sus cuerpos caminaban el uno al lado del otro, sin pegarse. Cuando llegaron a la rotonda, se sentaron sobre el pretil, frente al mar, dejando la gente a sus espaldas. Hablaron muy poco, apenas unas palabras de cada vez, en dos ocasiones. Luego callaron. Se dejaron arrullar por el rumor del manso oleaje y acariciar por el sol que iba bajando cada vez más. De repente, él se inclinó suavemente y se echó sobre su costado. Ella no se inmutó, y permaneció sentada como estaba, sin mirarle, con la vista perdida lejos, en el horizonte. Formaron de ese modo un ángulo recto, el único instante perfecto de una tarde -es de imaginar- bastante imperfecta.

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