Contra lo que me advertía siempre mi hermano mayor, me fié de la virgen y no corrí. Por eso logró alcanzarme y apoderarse de mí para siempre. Y desde entonces madrugué a diario, buscando libertades añoradas, aunque no por ello amaneció antes de su hora. Menos mal que es cierto que nunca llovió que no acabara escampando. Pero, aun así, ¡cómo me revienta el refranero! Casi tanto como mi hermano.