LOS MITOS DE COVADONGA Y SANTIAGO DE COMPOSTELA

Nunca pierdo la oportunidad, cuando explico la Edad Media española, de mencionar a mis sufridos alumnos dos mitos que se crearon en nuestro norte peninsular, de muchísima importancia de cara al desarrollo de nuestra historia, pero cuya mitología, creada ex novo o “reconstruida” a posteriori resultan notables. Me refiero a dos hechos acaecidos uno en Asturias y otro en Galicia. Cien años apenas los separan. Su trascendencia fue gigantesca en ambos casos. Tanta como su falsedad en origen.

El primero es la denominada “batalla de Covadonga”, ocurrida según la tradición en 722, y en la cual unos pocos restos de tropas visigodas acaudilladas por un noble de nombre Pelayo, se enfrentaron a un enorme contingente de los ejércitos sarracenos, que habían conquistado ya casi toda la península Ibérica. El resultado de la desequilibrada y descomunal batalla fue la derrota completa y la aniquilación total de los musulmanes, que se retirarían para siempre de tierras astures para no ocuparla permanentemente nunca más (razzias y saqueos puntuales aparte). Esto es lo que dice la leyenda, la tradición. La historiografía apunta a que la realidad fue muy otra, por supuesto. Ni hubo tremenda batalla (todo lo más, una refriega), ni hubo ejército musulmán de casi doscientos mil hombres (todo lo más, unos pocos miles), ni la marcha del ejército moro tuvo que ver con la derrota infligida (más bien la orografía, la climatología, la ausencia de tierras fértiles, y la escasez de botín aprovechable). Pues bien, aquí es donde finjo meterme con la frase asturiana/española del “Asturias es España, y lo demás tierra conquistada”, para suscitar un debate que, como se puede adivinar, brota enseguida y con la pasión que yo espero… para oponerla con otros argumentos y así enseñarles a debatir, a argumentar, a aceptar hipótesis, falsar otras, etc. He de apuntar que lo logro en parte con los inteligentes, y fracaso siempre con los prejuiciosos, los nacionalistas y los escasos de neocórtex.

El otro hecho, al que le saco menos punta porque a ellos por nacimiento les atañe menos, es el “descubrimiento” al lado de Padrón (La Coruña) del sepulcro del apóstol Santiago el Mayor, en el s. IX, durante el reinado de Alfonso II el Casto de Asturias. Este rey sacó provechosa tajada propagandística del asunto para su reino y para sí mismo, y proyectó dicha importancia hacia los siglos posteriores, hasta el punto de que, a día de hoy Santiago sigue siendo el patrono masculino de España, al lado de la patrona femenina, la Virgen del Pilar. Pues bien, aquí afronto el asunto con alguna frase impactante, del tipo: “Las probabilidades de que los huesos hallados en el Campus Stellae fueran los de la persona que escuchó a Jesús por Galilea son de 0’0000000001, y exagero, pues creo que eso todavía es demasiado”. Para, a continuación, proseguir diciendo que, en realidad, da lo mismo de quién fueran los huesos: lo relevante es que la gente lo creyó. Y que de esa creencia surgiría una vía de peregrinación, transmisión, comercio y comunicación que vertebró una primitiva Europa dándole por primera vez desde la antigua Roma, una conciencia común en algún aspecto.

Los dos temas siempre acaban igual. Remitiéndonos a la verdadera importancia de los fenómenos históricos, independientemente de la verdad que los haya hecho aparecer. Cuando consigo que al menos lo reflexionen, me doy por satisfecho. Cuando veo el cerrilismo de algunos, no muy diferente de las opiniones de otros cerriles catalanes, vascos o gallegos, me encojo de hombros, me apeno unos minutos (pocos), y me prometo que el curso siguiente, volveré a fustigarlos de igual modo, para que por lo menos algunos puedan entrever la multiplicidad de lo que llamamos verdad histórica y que muchos prejuicios muden su piel de serpiente y la nueva les permita observar con mayor angulación y con más cantidad de matices. Lo prometo, y lo cumplo siempre.

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