DIÁLOGOS DE PADRES E HIJOS

—Te lo tengo dicho, cielo, no te asomes tanto al borde, que ya sabes lo que puede pasar, que hace unos meses, perdimos a tu hermano mayor por una tontería parecida; además, ahí abajo no hay nada que te convenga, sólo hay hierba (que aún no comes), un sendero (por el que no circulamos) y humanos, como ésos de ahí abajo que ahora nos miran con esos tubos que se ponen delante de los ojos, y ésos aún menos mal, porque son cortos, pero si fueran largos e hicieran mucho ruido, serían como los que nos llevaron a tu hermano como te dije antes. Así que ya lo sabes: tú, al borde, ni asomar la cabeza. Prohibido, prohibido.
—Vale, papi.
—Así me gusta, que lo entiendas y que obedezcas.
—Aunque… lo de ahí abajo es más bonito que estos riscos de aquí arriba, ¿eh?, que conste. Y ese sendero, ¿a dónde conducirá? Y esos colores de los humanos, ¿no te parecen maravillosos? ¿No te gustaría tener esos colores encima, en vez de llevar siempre la misma piel? Y esa hierba verde… tú sí la comes. ¿No te gustaría bajar y comértela también? Nótala. Mira qué bien huele desde aquí, ¿a que sí?
— (Suspiro largo) Te he dicho que no, y es no.
—Vale, papi.
— (…)
—Aunque…

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