—Pero ¿de verdad estás seguro de lo que dices? —Pues claro. De muy buena tinta lo sé. —¿Entonces…? —Sí, tal como te dije. —Estamos apañados, pues. —Desde luego, nuestros días están contados. —¿Y los de ella? —Son los suyos los que están contados realmente, y, como consecuencia, los nuestros. —Tan sana que parecía… —Para que te fíes de las apariencias.…
—Jo, me dijeron que ya era la última de estas vacaciones. —Pues a mí mi madre me dijo lo mismo. —Se pusieron de acuerdo, seguro. —Segurísimo, vamos. —Fíjate, tú. —Claro, si no, ¿cómo iban a coincidir en algo tan tonto? —Bueno, tonto, tonto… —Bien tonto, ya te digo. Por unas piruletas… —Sí, sí, pero me dijo mi padre que se…
—Pues como te lo digo, así, tó serio, se lo dije: Pepa, esto no puede seguir así. —Y ella entonces… —Ella es muy flamenca, ya me la conoces, pero bueno soy yo; además, lo de las camisas, ya es de juzgao de guardia — (…) —Pues no me dice el otro día que si las quiero bien planchás, las vaya…