MARTES CON MI VIEJO PROFESOR

Leo casi de un tirón el libro de Mitch Albom Martes con mi viejo profesor. Se lo bebe uno, de tan sencilla y sincera como es su prosa. Aunque ya sé que la base vital de la que parte es verídica, si se me dijese que todo lo que estoy leyendo había sido un montaje literario o de ficción, discutiría y opondría razones en contra, precisamente por lo creíble que resulta todo.

Leo opiniones de ese viejo profesor —un maestro, según lo que observo—, y la impresión que me produce es simpatía, empatía y concordancia. Las dos primeras no son difíciles de sentir por alguien como él (o el personaje que nos muestra el autor; siempre la duda: Sócrates, ¿era como nos lo dibujó Platón?). Pero, ¿cómo es posible que yo concuerde en tan alto grado con una persona de 78 años, a punto de morir? ¿Acaso mi nivel de sabiduría y de serenidad se pueden comparar al suyo? Esta pregunta, que no pretende ocultar la infatuación vanidosa que refleja, fue la que movió a tomar la pluma y el cuaderno y dejarla reflejada por escrito, así, como está, sin respuesta, aguardando a que cuando relea esto, dentro de un tiempo pueda responderla con sinceridad… o bien recordar su respuesta, que acaso oculte por un súbito ataque de pudor asombrosamente modesto.

En el Diario inédito Escorzos de penumbra, entrada de 16 de Junio de 1999

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