“CUESTIÓN DE SANGRE”. RESEÑA Y RECOMENDACIÓN

La historia, no es que sea sosa, pero nadie debe esperar un argumento original. Antes al contrario, es bastante común: un trabajador yanqui de escasa cualificación y pasado algo desastroso viaja a Marsella, donde su hija sufre prisión por un asesinato que asegura no cometió. Allí, buscará pruebas de la inocencia de su hija. De un modo algo patoso, por desconocimiento del lugar donde se encuentra, a lo que no ayuda su propio impulso personal. Entre medias, una mujer francesa se ofrece a ayudarlo y la fantástica química que establece el protagonista con la hija de aquélla, de nueve años, permitirá que el tiempo que se quede allí -más del inicialmente pensado- pueda quedarse en su piso, merced el pago de un alquiler que le permite un nuevo trabajo en la construcción. Cuando ya parece haber renunciado a su búsqueda, un giro inesperado aunque verosímil, acelerará los acontecimientos que deriven en la resolución final.

Es una historia de personas y sentimientos. De sensaciones intensas, al contemplar cómo los seres humanos, en nuestra interacción, generamos nuevos escenarios que nos cambian por completo los presupuestos. Aun así, nada resulta acelerado ni espectacular, sino que el tempo de todo el filme es moderado y hasta lento, aunque la elección extraordinaria de la duración de cada escena y la intercalación de las mismas hace que el largo metraje de la cinta se pase en un suspiro.

Es una historia de personas. De sentimientos, muy bien expuestos por la palabra y por la mesurada actuación de todos los protagonistas. La relación del padre con su hija presa, resulta turbulenta, pues ella lo considera un desastre y no confía en él. Sin embargo, y pese a los desencuentros, hacia la mitad del argumento, durante el permiso de un día que le es concedido, los momentos entre padre e hija serán muy intensos en confesiones, revelaciones, y sentimientos. Por otro lado, la que lo vincula con la niña es lo más tierno y hermoso de la trama, y el progresivo cariño que va surgiendo en él por la pequeña enternecería al más insensible. Bien es cierto que la belleza de ésta ayuda mucho. Pero es de esos vínculos que acaban calando en el espectador. La que establece con su benefactora, pese a ser importante, sin embargo, no es la que recordaremos con el tiempo. Es más convencional, aunque en todo momento verosímil.

Y ya es la segunda vez que menciono esta palabra. Porque uno de las más desagradables muestras de mediocridad, prisa y mal hacer de la cinematografía actual es el alto grado de inverosimilitud de muchas de las historias que nos vamos empujando con cadencia creciente. Cuando crees que una trama te atrapa y los elementos encadenados parecen bien sólidos, aparece una voltereta tramposa para solucionar lo descabellado de dichas tramas. Aquí no. Aquí nos lo creemos todo. Las causas, el desarrollo, las dificultades, los progresos. Y el final. Que se resuelve a la perfección tras una serie de elipsis muy inteligentes, que el espectador medio agradece con una sonrisa.

Que, además, el trabajo interpretativo de Matt Damon sea espléndido. Que nos gustara volver a Abigail Breslin, la fantasiosa niña de Pequeña Miss Sunshine, ya más crecida, en un papel mucho más que digno. Que la sonrisa de la pequeña Lilou Siauvaud traspase la pantalla cada vez que le brota en los labios. Todo eso, es un añadido que suma y complementa. Las dos horas y veinte me parecieron un soplo muy enriquecedor. Lo único que no me gustó de la película es la traducción del titulo original. Eso, y ciertas críticas en los medios, que no me han parecido acertadas. Pero no hagan caso de ellas, y no se la pierdan.

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