TRABAJANDO (¿MENDIGANDO?) CON AYUDA (¿EXPLOTACIÓN?)

El chico, como otros en su misma acera, no mendigaba en el sentido habitual del término. Ofrecía su música a cambio de unas monedas (o de algún billete, que alguno caía de cuando en vez). De modo que ni su actitud ni su cometido parecían los de un mendigo. A sus ojos, estaría trabajando. Con un horario regular, pero sin un sueldo fijo. Y en B, claro.

La perrita sostiene con su boca un vaso obtenido de recortar una botella de plástico. Está bien aleccionada. En el rato que estuve observando, no se movió del sitio. Como mucho, movía la cabeza hacia los lados, como mirando al personal que pasaba. El animal, tal vez por su tamaño, acaso por su corrección, concitaba no pocas caricias, que muchas veces iban acompañadas de algún óbolo suplementario.

De modo que tenemos a un adolescente que toca el acordeón (y lo hacía bien, lo cual no es poco mérito, teniendo en cuenta lo que es habitual en los músicos callejeros, dado que no resulta un instrumento que se deje domesticar con facilidad). Y tenemos también a un animal que le sirve de ayuda en el cometido de recoger el dinero que los viandantes echamos como recompensa por tan acertadas y alegres notas. La escena no tiene a primera vista nada de excesiva, ni de grotesca, ni de esperpéntica. Sin embargo, esconde un debate que una amiga mía apreció, enseguida de ver la imagen: la explotación animal.

Yo, de lo que pude ver, no entresaqué explotación alguna. Aunque el animal, como todos, explotado esté. Sin embargo, los gestos del chico eran amables, y las caricias no me parecieron escasas ni forzadas. Además, el propio músico sostiene también en el instrumento un vaso donde recibir su recompensa. No obstante, mi amiga no contempló atenuante alguno. La perrita está siendo objeto de explotación, y no hay más que hablar. Ante tal posición, le hice caso, y no hablé más. Pero ahora lo escribo. A ver si el debate se encamina más por un lado o por el otro. Aunque yo sé bien hacia qué lado se inclinará.

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