SUEÑOS POCO REALISTAS, MUY REALES (MICRORRELATO)

El lunes soñé que me gustabas. Fue algo muy raro. Y más extraño, porque llevo media vida odiándote y deseándote lo peor. No obstante, no le di mayor importancia. El martes volví a soñar contigo, en unos términos inequívocamente eróticos y en un entorno idílico. Fue perturbador, porque aunque el sueño había sido hermoso, la protagonista no debías ser tú, no tenías que ser tú. Sin embargo, el miércoles apareciste de nuevo. Y ya me empecé a preocupar, porque yo no había repetido un sueño jamás, aunque como casi nunca los recuerdo, no podría asegurarlo por completo. El jueves te vi en la escalera, esperando el ascensor, y me detuve para no coincidir contigo y repetir la eterna escena de tensión sin palabras, como tantas veces. Por contra, te observé desde lejos. Siempre tuve claro que eras una mujer espectacular, a mi pesar, aunque nunca se me pasó por la cabeza aproximar posturas o volverte a decir nada desde aquel día. Pero ahora me percaté más en tus curvas, y en tus vaqueros negros ceñidos, muy diferentes a como aparecías en mis sueños, donde te desenvolvías con soltura entre telas holgadas, vaporosas. Ese día te miré con insistencia mientras el ascensor llegaba a recogerte. Y, sí, desde mi escondite noté mi deseo brotar por primera vez. De día, quiero decir, porque en el sueño nuestros cuerpos ya habían cruzado todos los límites, insospechados para mí. Por eso esa noche, cuando me acosté, me propuse soñar contigo y proseguir así nuestras tórridas coincidencias oníricas, que en la vida real habrían sido impedidas por nuestros orgullos, nuestra historia y nuestras circunstancias. Quise contactar contigo en sueños, pero no lo logré, como es natural. Me levanté de muy mal humor, pero cuando iba a bajar a comprar la prensa, me descubrí subiendo despacito hasta tu piso, sin hacer ruido. Llegué hasta tu puerta y me sorprendí a mí misma poniendo la oreja en tu puerta, para ver si estabas y oía algo. Canturreabas mientras pasabas la aspiradora, creí adivinar, y para mi sorpresa me descubrí sonriendo ante ese hecho. Cuando salí de mi trance, fue para odiarme en un instante por mi debilidad. ¿Qué hacía yo espiándote como hacen los adolescentes? ¿Y por qué sonreía al imaginarte con tus tareas domésticas? Volví a casa sin bajar a comprar, y de peor humor todavía. No se me pasó en todo el día. Pero a la noche del sábado, apareciste de nuevo, y el sueño fue el más intenso, carnal y maravilloso que hubiera experimentado en mis 42 años de vida. Podría asegurar que el recuerdo que tengo de él es más vívido que el de muchos momentos de mi gris existencia. Ese sueño me dejó en un estado de relajación extática que ya casi ni recordaba. Así, abrazando el recuerdo de tus besos y de nuestros gritos húmedos, compensé lo sucedido el día anterior. Y cuando ya no sabía qué hacer y, sobre todo, qué pensar o sentir, hoy me encuentro una nota manuscrita tuya debajo de la puerta. Temblando, leo casi con taquicardia. Dices que llevas varios días soñando conmigo, y no de cualquier manera, sino con sueños que pasaban de lo erótico a lo pornográfico en cuestión de segundos, lo cual te producía una gran repugnancia al despertar, y también un gran desasosiego. Pero que, mientras tenían lugar los sueños, habías disfrutado de un modo difícil de reproducir, lo que -recalcas- nunca habrías podido ni prever ni imaginar siquiera. Y menos con una mujer. Y menos conmigo, habiendo sido quien yo era y cómo me había comportado contigo desde que os descubrí a mi marido y a ti sudando juntos uno encima de otro en mi propia cama. Y todo eso me lo cuentas porque llevas -dices- varios días totalmente confusa y sin saber qué hacer, qué pensar o qué sentir. Y me preguntas qué opino yo, suponiendo que me digne responder y no te castigue con otra de mis intemperancias. Y en eso estoy desde hace un rato, pensando en ello y no dejando de imaginar cómo será acariciar tu piel de verdad, si sabrás besar tan bien, y si podré hacerte estremecer del mismo modo a como me hacías temblar tú a mí en mis sueños. Lo pienso, sí, pero no creo en destinos ni casualidades. Circunstancias, sólo circunstancias, me digo, mientras me pongo mi mejor vestido, por encima de una sugerente lencería, y me maquillo levemente, para que nuestro seguro encuentro parezca coherente cuando te vaya a entregar mi respuesta de viva voz. Concretamente, ahora mismo.

Del libro inédito Micrólogos

Deja un comentario