BUSCANDO LA ¿EXCELENCIA?

Se puede abordar esta imagen desde dos perspectivas principales. La primera es la fácil, la superficial, la crítica.

Según ella, tenemos aquí a un tipo joven en la treintena que, vestido de forma en apariencia sencilla, está encuadrando una imagen con una cámara de fuelle portátil de nuevo diseño, aparato que por lo inusual y especializado debe ser carísimo, por no hablar de lo incómodo que deberá ser sostenerlo con las manos y de lo “cantoso” que es en un entorno turístico donde los miles de cámaras y móviles pasan desapercibidos por su abundancia. De acuerdo a esta opción, el tipo es un esnob, un rico petulante al que le gusta destacar por encima de un mundo sobresaturado de imágenes realizadas con dispositivos diminutos y muy ligeros, pero de calidad deficiente para sus necesidades. Seguramente, la ropa también será de marcas caras, aunque el estilo no sea ostentoso, y es muy posible que las gafas de marca hayan costado medio riñón de cualquier mortal de baja economía. Lo más probable es que se aloje en un hotel de cuatro estrellas mínimo, y que también conduzca un coche -alquilado o propio- que también llame la atención de quienes todo lo calculan en moneda corriente. Como estaba solo, se obviarían conjeturas sobre su vida emocional, por demasiado especulativas, si bien para esta vía de análisis  todo sería ponerse.

La segunda opción buscará más detalles, lanzará menos hipótesis, pontificará menos y tendrá el razonamiento como guía.

De este modo, se podría afirmar que nada en la imagen nos indica que el tipo sea frívolo, rico, banal, exhibicionista. Se nos muestra a un joven en la treintena para el que la fotografía debe ser, si no su profesión, sí su afición más abrasadora. Para afirmar esto nos basamos en lo más evidente: la cámara de fuelle portátil con un objetivo Schneider Kreuznach (visible al ampliar la toma) es un aparato de altísima precisión, utilizado en publicidad, arquitectura o paisajística, por su excepcional calidad de imagen, cuyos negativos de grandes dimensiones permiten ampliaciones mucho mejores en la copia final. Pero también en lo menos evidente, porque algo oculta cuelga otra cámara a la altura de su abdomen: una que no nos habría llamado la atención, pese a que también tenga un buen objetivo de la misma procedencia germana. O sea, que el fotógrafo -profesional o avanzado- busca la máxima calidad. O sea, que anhela la excelencia. Y para ello no escatima esfuerzos físicos (el aparato principal no puede pesar menos kilo y medio o dos kg, y manejar eso a pulso es complicado… y agotador). Tampoco parece que sufra por las múltiples miradas que concitaba en su alrededor de cualquiera que pasara cerca, la mía incluida, por lo infrecuente de su pose con dicho utillaje .

Claro que, vistas las dos opciones, podría apuntarse una intermedia, que acaso yo pudiera protagonizar. Aceptado su amor por la fotografía, su gusto por la calidad y su inasequibilidad a “dar el cante”, aspectos que no tendría inconveniente en ayudarle a reivindicar donde me dijera, yo, como fotógrafo aficionado con muchos años de fotografía a mis espaldas, me hago la siguiente pregunta: ¿qué hace un tipo con una pesada cámara de fuelle en las manos, sin un trípode que garantice que no habrá movimiento alguno al apretar el cable de disparo, y que la calidad de las imágenes resultantes sean todo lo buenas, nítidas y limpias que semejante equipo garantizaría si se maneja de manera conveniente? Por no alcanzar respuesta feliz a dicha pregunta, es por lo que me quedé un buen rato contemplándolo en su ensimismamiento, y por lo que le tiré unas cuantas fotos a él mismo, de las que aquí muestro la que menos mala me pareció.

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