AGRADECIMIENTO Y RENCOR (A LA IGLESIA)

Estos volúmenes de gran formato que contemplamos aquí pertenecen a la colección de códices del monasterio de San Millán de la Cogolla, en la zona donde se creyó brotar el castellano con sus glosas, allá por el siglo X. Algunos miden casi un metro, y sus tapas y nervios, de materiales duros, acreditan que su peso es considerable, apto sólo para ser transportados por más de una persona. Su temática es casi invariablemente religiosa en su variedad cristiana, porque en esa época medieval, la religión lo copaba todo. Además, la Iglesia por aquellos tiempos era la única depositaria (por apropiación y exclusión) de todo lo que tuviera que ver con la cultura, dado el desbarajuste sociopolítico originado tras la caída de Roma. Y, dentro de la Iglesia, los monasterios eran los cofres donde se guardaban las muestras de dicha cultura, y también unas pocas de culturas anteriores. Fueron unos pocos miles de monjes quienes en sus scriptoria manuscribieron, iluminaron y ordenaron dicho corpus. Sin la participación paciente -y a veces apasionada- de dichos monjes, hoy seríamos mucho más pobres culturalmente hablando.

Y, sin embargo, siempre que contemplo con arrobo embobado libros como éstos, o accedo a alguna sala que remeda la estructura de un scriptorium de entonces, no puedo por menos que recordar el capítulo opuesto de cuanto llevo diciendo: las obras allí expuestas, cribadas por el paso natural del tiempo, que han sobrevivido a saqueos, catástrofes y al deterioro lógico de los materiales, son las únicas que la Iglesia permitió, habiendo separado, prohibido y destruido todas aquellas que dicha institución consideró que no eran acordes con sus ideas. El fanatismo propio de finales de la Antigüedad, añadido a la alianza que estableció la Iglesia con los diferentes poderes políticos sucesivos, determinó que se llevara a cabo la destrucción sistemática de bienes culturales más salvaje y extensa de la historia de la civilización occidental. Obviamente, las circunstancias socio-políticas ayudaron a esa labor, pues la caída del Imperio Romano y la sustitución en Europa occidental de dicho imperio por reinos de culturas nómadas muy inferiores a la romana, originó pérdidas incalculables de patrimonio cultural de todo tipo, incluido el escrito. Pero esas pérdidas se consideran “naturales” o inevitables en tiempos de guerra o conflicto. Lo que entra en el territorio del culturicidio (si se me permite la expresión) fue la decisión consciente de sistematizar la selección y criba de una parte sustancial de las obras grecolatinas, y destruir a continuación la mayoría de ellas que, acusadas de impiedad, paganismo y oposición a la Verdad, no se recuperarán nunca, ni siquiera gracias al aporte bizantino y musulmán, que permitieron que el desastre se atenuara un tanto.

Por ello creo que a la Iglesia, desde el punto de vista cultural, le debemos muchísimo. Agradecimiento infinito por su labor de custodia y propagación de una pequeña parte del legado clásico. Y encono eterno, por todo lo demás.

Deja un comentario