PESAR POR LA BIBLIOTECA

Me encantan las estanterías de las bibliotecas, pero también me frustran, al igual que lo hacen las librerías, incluso las de internet. Hay algo que tiende a producir angustia en el hecho de estar rodeados de todos esos pensamientos y voces distintos que nos recuerdan que, por mucho que vivamos, nunca conseguiremos leer ni una ínfima parte de los libros que ya existen, por no hablar de los cientos de nuevos volúmenes que se publican cada día. La sola idea de pensarlo puede resultar agotadora y deprimente; me recuerda que cada uno de mis pensamientos, cada combinación inusual de ideas que me viene a la mente, por sesgadas o particulares que éstas, ya han sido pensadas, sentidas, expresadas, publicadas y analizadas en otro lugar y tiempo y, por supuesto, de una manera mucho más elocuente de la que yo jamás seré capaz de ofrecer.

Sí, ya sé que podría haberlo escrito yo. Hasta las comas. Pero se le ocurrió antes a Mikita Brottman. Lo leí hace unos años en su obra Contra la lectura, editada por Blackie Books en 2017, en su página 69. Hoy sólo dejo aquí constancia -respetuosa- de ello.

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