“OBABAKOAK”, LA MARAVILLA DE BERNARDO ATXAGA

Acabo de terminar la lectura de una obra que ha entrado ya por derecho propio en los anales de obras preferidas por mí: Obabakoak, su título. Bernardo Atxaga, su autor; vasco él, y excelente narrador, él también. Un volumen de 500 páginas que, literalmente, me he bebido. El muy cabrón urde una red de hilos aparentemente sencillos, lenguaje normal sin barroquismos ni complicaciones de tipo alguno, cada palabra, en su justa colocación; y parece que no es nada del otro mundo, y cuando te quieres dar cuenta, te ha sumergido en una infinitud de recovecos lineales que se entrelazan de una manera sorprendentemente natural, sin cortes o fisuras que delaten las soldaduras; la amalgama de la narración central con las narraciones o relatos “secundarios” es básicamente espléndida. Pero si a nivel estructural la impresión de un trabajo de puzzle encajado y sin bordes salientes es muy clara y sin dar lugar a dudas, hay que anotar también que la temática que aborda, me es particularmente cercana: la memoria, el pasado, los sueños y -¡qué menos!- la composición literaria, con sus respectivas reflexiones sobre la problemática resultante. Al final, todo confluye, tras la afluencia fluida que su escritura dirige con suavidad (a primera vista, eso es lo que parece) y con una férrea y compleja malla de sencillez donde cada pieza logra su justo equilibrio con el resto.

Con todo, y a nivel afectivo, debería señalar dos o tres preferencias íntimas de entre el racimo de piezas que componen este caleidoscopio encuadernado, a saber: la narración más larga, “Nueve palabras en honor del pueblo de Villamediana”; una enjundiosa conversación-exposición acerca de las virtudes y cualidades del plagio en literatura; y un relato, muy breve él, “Para escribir un cuento en cinco minutos”, cada uno de los cuales se ha anclado en mi entusiasmada memoria literaria por motivos dispares, si bien complementarios.

Así, compruebo, una vez más que las horas invertidas en este libro me han producido un beneficio intensísimo, que muy pocas personas podrían haber logrado. Al menos, a estas alturas. ¡Cómo dejar, pues, de invertir tiempo en estos diálogos monologados, a la espera paciente y prosecutiva de mundos paralelos, interiores o alejados, reales o imaginarios, literarios, metalingüísticos o lo que fuere; con el objetivo bien definido de tener otro amigo más, alguien cuya fidelidad está a prueba de todo, excepto de mi propia evolución; alguien que me haga estremecer, o llorar, o soñar, o reconocerme incluso. Sentir, en definitiva. Algo que cada vez menos personas me procuran. No seguramente porque no los haya, sino por mi progresivo enajenamiento (valga el palabro), mi gradual lejanía de todo lo que a priori tenga good vibrations. En fin.

En el diario Palimpsesto del dubio y la aoristia, entrada de 20 de Enero de 1996

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