MI TERAPEUTA Y YO (MICRORRELATO)

Acabo de romper hoy mismo con mi psicóloga. Definitivamente. La llamada de teléfono ha sido dura, pero determinante. Y ya sé que lo hemos hecho con anterioridad, pero esta vez, seguro, es la última, la de verdad. Como reza el dicho: “no aguanto más”; no sé si ella tampoco, pero en lo que a mí respecta, se acabó. Los motivos, los de siempre, pero la edad lo agrava todo, y la costumbre… ya se sabe, lo abrasa todo. Me lleva tratando varios años, no sin acierto inicial, he de admitir, porque desde que comenzó a llevar “mi caso”, como le gusta decir a ella, ya no tuve necesidad de mujeres. Con ella me bastaba. La regularidad de nuestras citas eran lo más excitante que me había sucedido nunca, y el modo en que fue hurgando en mis interiores, extrayendo al mayéutico modo los entresijos de mi existencia, fue algo por lo que mereció pagar sus abultadas facturas, y aún más, si lo hubiera planteado. He de confesar que tenerme como cliente también la transformó a ella. Y no sólo es porque se notara en la forma de vestir y hasta en la de decorar su gabinete profesional, sino porque incluso llegó a confesarlo abiertamente alguna vez. Había muy buena química entre los dos. Además de dinero, claro, pero eso nunca fue un problema para mí, de modo que ambos estábamos encantados. Un día, las intimidades llegaron a un punto en el que le confesé mi deseo por ella, ni necesidad de incorporarla a mi vida, aunque me costara la terapia. Sorprendentemente, ella no me crucificó con la consabida deontología profesional, sino que, sin mediar palabra, se sentó a horcajadas sobre mí, en el diván, y allí mismo dimos comienzo a una serie de encuentros sexuales magníficos (acaso, lo mejor del proceso). Contra lo que podría parecer lógico, esto no modificó un ápice nuestra relación analista-paciente, sino que la intensificó. Y eso hizo, no sé, que los vínculos se aproximaran, y del mismo modo, el interés por ella se hiciera cada vez menor. Mi consideración sobre sus puntos de vista fueron mermando, y hasta llegué a discutirle tanto alguna opinión como los ejercicios que puntualmente me encargaba. Ella, por su lado, fue creciendo en prepotencia y en control sobre mí, que llegó a paralizarme en ocasiones, y que fui considerando cada vez más abusivo. Discutimos mucho, incluso en la terapia, ya digo, y esto enquistó la relación a medida que pasaba el tiempo. A lo único que no afectó fue a nuestras relaciones sexuales, porque se sucedían con un ritmo y una intensidad fuera de lo común. Si acaso, variaron los gustos y las prácticas: ella fue creando un personaje de carácter masoquista, a la par que yo me hacía más cruel con ella. Tal vez intercambiáramos los papeles que en la consulta y la vida cotidiana manteníamos; es posible. La primera vez que rompimos fue una liberación, pero duró poquísimo. Volvimos enseguida. A los pocos meses, volvimos a cortar, prometiéndonos no volver a vernos jamás. Pero no pudimos dejar de vernos. Ahora, las rupturas se han estabilizado: no solemos aguantar más de unas pocas semanas. Pero ya parece una costumbre arraigada e imborrable, y yo no quiero ser esclavo de las rutinas que la vida establece. Además, con el tiempo, fui haciéndome más puntilloso en cuestiones económicas, en varios niveles. Uno de ellos era no poder soportar que me siguiera cobrando cada sesión (con el correspondiente incremento anual). Mi argumento sobre que habíamos sobrepasado el nivel terapeuta-paciente para ingresar en otro de categoría superior no la hizo conmoverse un ápice, y jamás cedió en ese punto. Del mismo modo que ahora tampoco contempla la idea de concederme el divorcio (“bajo ningún concepto”, chilló). Y su última idea brillante de irse de vacaciones ella sola con nuestros hijos a casa de sus padres, lo acabó de rematar. A ver cuánto le dura la racha esta vez. Es, más que insultante, humillante en grado sumo. Pero ya volverá, ya. Porque siempre vuelve, no puede evitarlo (ni yo tampoco, la verdad). Aunque, claro, esta vez es la definitiva, como ya dije. Eso segurísimo. No me cabe la menor duda.

Deja un comentario