LA MIRADA CLARA DE SANDRA

¿Qué puede pensar una niña de 11 años, ante una cámara semiprofesional que ocupa tanto como su pequeña cabeza? Asaltada desde la cuna por alguien que le ha hecho fotos desde el primer momento, es seguro que está más que acostumbrada a que el “tito Eduardo”, cada vez que se encuentran, le tire unas cuantas docenas de tomas, a la espera de que la siguiente sea mejor y capte ese alma interior que poco a poco va esculpiendo entre problemas, alegrías, dificultades y circunstancias.

Pero esa cara sonriente sin fisuras, con esa mirada abierta sin dobleces, nos impulsa a imaginar una inteligencia maravillosa, que año a año va descubriendo su potencial, el perfilado de sus gustos, la asunción de sus cualidades, que amplían su horizonte. También la de sus defectos, con los que se ha vuelto más indulgente, lo que la convierte en un ser más adorable, si cabe. Esa cara sonriente nos dice algo, nos impacta sin remedio, porque en el instante en que el fotógrafo aprieta el botón, ella le está diciendo algo, algo cariñoso, sin duda, y que a través de la imagen resultante, una vez que la niña la pueda ver, la vinculará un poquito más con él. La cámara habrá servido de nuevo para penetrar en el lenguaje de los cuerpos, y demostrar con la reciente imagen el paso del tiempo, la progresión de la inteligencia, el aprendizaje de la dulzura sin empalago, y el crecimiento de un cariño que resulta inevitablemente recíproco.

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