EL CONTRALUZ LO OCULTA

Agachado en la orilla, el niño juega en la playa, ajeno a todo. La inmensidad del mar, la inclinación de la luz, los problemas que le rodean, el oleaje continuo, todo ello, nada le dice. Acaso, como aquel a quien interpeló Agustín de Hipona, pretende introducir todo el agua del mar en un agujero excavado en la arena mojada, y se afana en su proyecto, sin atender siquiera el sonido de las olas que poco a poco se aproximan más y más. Tal vez simplemente juegue a comprobar cómo al apretar el suelo con el pie o con la mano, éste se seca de repente, hasta que otra remesa de agua tibia y espumosa deshace todo lo anterior. O que se entretenga en dibujar con trazo grueso lo que sus sueños poblados le comuniquen al recuerdo. Puede que busque alguna concha diminuta que añadir a su colección de verano. Incluso la fascinación podría haber acudido a su cabecita, al ver tubos de arena en montones pequeños coronados por un orificio circular, y la curiosidad le ha instado a hurgar, y ha encontrado algo cuyo hallazgo comunicará alborozado a sus padres. Pero el contraluz todo lo oculta, mientras la inmensidad del mar lo enfrenta sin conflicto. El niño juega; o piensa; o deja pasar el tiempo, el aire, el agua.

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