INDIVIDUALISMO FEROZ

De lo poco que he leído de Michel Foucault -muy poco- en realidad, tengo que decir que jamás me interesó nada. Es más, siempre pensé que eran vueltas de rizo sobre aspectos que me parecen irrelevantes o disquisiciones de bizantinismo contemporáneo. Sin embargo, en una entrevista que Guillermo Altares le hace a la filósofa húngara Agnes Heller (El País Semanal, 20-VIII-2017), aparece una anécdota que esta mujer relata como fidedigna, sucedida cuando el filósofo francés y ella andaban por Nueva York: un seguidor le preguntó si era estructuralista o posestructuralista; él respondió “Soy Michel Foucault”. Así de sencillo. Este pensador creía que ningún filósofo puede sumarse a ningún ismo. Y aquí sí que concuerdo con él. Esa idea es lo suficientemente clara y directa como para que un lego mortal como yo la entienda. Pero, además, redunda en el individualismo feroz y antigrupal que me caracteriza y que mis amigos y allegados conocen bien.

Por desgracia, el ser humano gusta de clasificar. Si no encuadra una acción, un animal, un pensamiento, etc. en una caja concreta, no es capaz de hablar de casi nada. Por eso la pregunta del discípulo busca claridad a la hora de encuadrar a su maestro. Pero la filosofía implica pensar, y el pensamiento siempre es único. Es obvio que nadie es absolutamente único, y que buena parte de las ideas que albergamos cada uno son adquiridas y bebidas de otras fuentes. Sin embargo, la combinación que dichas lecturas, asimilaciones y actitudes generan en cada pensador es por fuerza diferente a la de los demás. De ahí la actitud tan desafiante de Foucault sobre la inclusión en un ismo, en una caja común donde poder clasificar mejor su pensamiento. Si se piensa bien, su respuesta es de una lógica tan aplastante, que el interrogador queda inmediatamente descalificado.

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