Esta belleza que aquí contemplan es un yate de los denominados de súper-lujo. A simple vista, y sin haber consultado de cuál se trata o sus características, podríamos aventurar unos 80-100 metros de eslora, que estilizan de forma horizontal sus cuatro cubiertas; las cuentas encajan, si lo comparamos con la lancha que servirá -imaginamos- para desplazamientos cortos o desembarcos ocasionales. Su estilizada figura se encontraba atracada en Portofino, el famoso pueblo italiano al lado de Génova, meca de muchos ricos o aspirantes a serlo o de mirones sobre cómo lo son quienes lo son. Para rematar sus cualidades, quien esto escribe puede atestiguar una situación insólita (para el común de los mortales, se entiende), que tuvo lugar en este impresionante barco. En un momento determinado, un pequeño helicóptero particular sobrevoló la zona, y mientras lo hacía, una plataforma circular ascendió de las tripas del yate, para convertirse en improvisado helipuerto, donde la nave, en efecto, se posó con suavidad sin parar el motor, recogió a dos personas, y elevó otra vez el vuelo para perderse en dirección oeste. Con este apunte, entenderán que no se precisen más datos del buque, porque con ello ya queda todo dicho y se entiende todo. Seguro que el resto podrán imaginarlo con facilidad.
La elección de esta imagen coincide con un reportaje que hace unas semanas leí en un suplemento semanal. Hablaba de los 4.400 ejemplares que existen en el mundo de este tipo de yates. Son ésos, y no más, según el articulista, los miembros de ese selecto club de poseedores de estas naves donde viven algunas semanas al año. Al parecer, el más largo de todos mide 180 metros (o sea, la mitad de un superpetrolero) y vienen costando entre 250 y 1.000 millones de dólares (las cifras son reales, asegura el reportaje, aunque se consideran fluctuantes, y siempre ascendentes por cuestiones de mercado).
Y todo ello para que un puñado de personas (la capacidad de estos barcos no es grande, paradójicamente: entre 10 y 25 personas) puedan disfrutar de una exclusividad a la que le da derecho la posesión de una cantidad de millones que sobrepasa la imaginación y produce vértigos comparativos. Claro que si dichos millones hubieran sido ganados con honradez y duro esfuerzo, uno no tendría nada que decir, porque cada uno hace con su dinero lo que le apetece. No obstante, aun sabiendo con certeza que la realidad es muy otra, uno tampoco va a decir nada de lo que tenía previsto, porque a medida que iba llenando las líneas de esta entrada se le fue diluyendo el interés y, sobre todo, la necesidad personal del comentario pertinente.