FIRMANDO EN LA FERIA (MICRORRELATO)

Como todos los años, la feria es un compromiso humillante. Comprobar que por las demás casetas pululan docenas de lectores deseosos de una firma de su autor favorito, mientras transcurren las horas aguardando a que suceda lo mismo conmigo, es harto doloroso. No sé qué pinto aquí. Me miento, bien lo sé. Pero no me gusta. La librera me trae un café. La mañana no le ha ido mal: ha vendido varios libros. Ninguno mío. Está contenta, pero también siente la responsabilidad de consolar a su autor del día. La librera tiene más experiencia que yo, e intenta tranquilizarme. No lo consigue. Se aparta un momento a atender una petición. Yo quedo mientras mi ansiedad me reconcome y mi rencor aumenta. De pronto, un muchacho se acerca al puesto. Lleva un pelo imposible de describir. Abrigo con solapas de borreguillo en plena primavera, y la cara llena de granos adolescentes. Hurga por entre las filas dispuestas en bancales. Abre un libro, luego otro. Está concentrado en lo que hace. No lo sorprendo mirando a otro lado. De repente, alcanza un libro mío. Mis latidos se deberían oír bien lejos, pero sé bien que sólo uno los siente. Hojea el volumen. Lee algún relato breve. Luego, la contraportada. Y, en la solapa, la sorpresa. De repente, levanta la cabeza y me mira. Vuelve a mirar la foto que le ha llamado la atención. Corrobora las imágenes, y suelta: «Eres tú». Asiento con la cabeza, pero no digo nada para que no se me noten las ganas de firmar un ejemplar. «Estás mejor al natural, la verdad. Vaya fotógrafo te pusieron…». «Muchas gracias. La editorial, en fin, ya sabes…». «Sí, sí». Y dirigiéndose a la librera, a quien debe conocer, le pregunta cuánto queda de precio, con el descuento. Se lo dice. «Vale, me lo llevo». Ella le sugiere: «¿no querrías que te lo firmara el autor? Está con nosotros, hoy». «La verdad es que soy poco mitómano», y me mira sereno, sin intención ni carga moral de ningún tipo. Fue una mirada comprensiva, acompañada de un inicio de sonrisa. Pero aunque no sé qué impresión le pude dar, el caso es que al final accedió: «Bueno, anda, ya que estamos aquí… fírmamelo, sí». Muy resuelto, aunque sin aparentar entusiasmo, pregunté su nombre. «Salvador». Escribí el breve párrafo casi sin pensar. Me brotó con naturalidad. Luego le entregué el volumen con una sonrisa agradecida, satisfecho al fin; él se lo guardó con rapidez en su holgado gabán de solapas de borreguillo, y se despidió con un gesto sin palabras. Al irse, me sonreí con más gana, mientras imaginaba la cara que podría poner cuando leyera la dedicatoria: «Para Salvador, que no es mitómano, ni pensó hacer honor a su nombre, pero al final logró justificarlo con creces, a su pesar».

Del libro inédito Micrólogos

2 Comentarios

  • Isa
    Posted 1 de junio de 2022 17:58 1Likes

    Está bien, es el día a día de algunos autores en las Ferias de libros, todos hemos mirado para alguna caseta solitaria con el autor dentro con rostro de incomodidad. Me gusta menos la última frase, demasiado repollo para algo que a mi parecer se hubiera resuelto mejor si fuese más llana, más cercana, más entendible.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 1 de junio de 2022 18:14 0Likes

      Es posible que con una frase más llana, hubiera quedado mejor. Pero entonces perdería lo que a mi juicio era lo que pretendía expresar: la diferencia entre lo que el narrador piensa -fluido- y cómo escribe -más abigarrado-. Por no hablar del guiño “entre lectores”. Pero muchas gracias por comentar, no obstante

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