DICIEMBRE. TIEMPO. ENTREVISTA CON EL VAMPIRO

Diciembre ha accedido a nuestra piel y lo curioso es que nada lo ha ido anunciando, ni el tiempo atmosférico, ni las hojas que aún restan en los árboles del parque. El tiempo se ha sucedido a sí mismo con una rapidez inusual en mi vida. No me he percatado apenas de lo que se ha desarrollado ante mis ojos en los últimos dos meses. Creo que ahora mi frágil memoria no ventea en sus archivos un período en el que la volatilización de mis días me haya hecho caer en la cuenta de ello. Todo se ha ido evaporando con ese transcurrir evanescente de la prisa y de las diferentes ocupaciones, aliñadas con un sentido un tanto obsoleto de la responsabilidad. No, no me he enterado casi de lo que ha ocurrido. Sin embargo, no me lamento por ello. En realidad, no me preocupa no saber qué ha ocurrido: lo cierto es que nunca pasa nada. Y si pasa, no es tan importante como lo que mi cabeza está macerando a cada instante. No, no es un problema de ese calibre. Es no poder analizar, sentir, reposar, escribir todo ese vértigo lo que me desazona con voracidad. Es comprobar que yo, mi tema de observación favorito, no posea el necesario número de respiros como para degustar lo que siento, al margen de su calidad o categoría. Y que, encima, para mayor regodeo sobre el particular, cuando dispongo de ese tiempo, no soy capaz de hacer algo que en verdad sea meritorio y lo suficientemente sensitivo como para que le quede a uno la marca indeleble de la satisfacción absoluta.

Compruebo en el transcurso que el tiempo cobra un relieve superior cada vez, hasta casi copar el registro de mis preocupaciones. Y ello lo traslado a todo aquello en lo que me involucro. Hace un par de horas, aproximadamente, veía Entrevista con el vampiro. Una película para olvidar, en líneas generales, a excepción de que planteaba con claridad precisamente esa ansia temporal de que yo adolezco cada vez con asiduidad más pertinaz. El protagonista interpretado por Brad Pitt es un vampiro atípico, pues se hace preguntas y busca respuestas; y esas cuestiones son las de todo ser humano cabal, pero agravadas por un problema que trastoca todo: no puede morir. El tema de la inmortalidad es caro a todas las épocas y a todas las mitologías. Yo, algún día también ansié esa característica particular que, entre otras cosas tiene como cualidad más preciada que no puede darse, que jamás podrá existir. No es mi caso presente. Creo que aborrezco la posibilidad de la eternidad, sea cual sea su ámbito. La protagonista femenina es una niña que accede a la naturaleza vampírica con 10 ó 12 años y que comprueba que no puede crecer, que se mantiene con su cuerpo intacto y no puede hacer nada por remediarlo. Las necesidades que ambos personajes albergan son, creo, de lo más legítimas. Y, en cambio, hay gente que con gusto renunciaría a ellas, y de hecho en la película se observa cómo hay personas que ansían acceder a ese grado de perennidad tan aterradora.

La vida no es más que un devenir continuo, un tránsito, una vía. Su naturaleza fundamental radica ahí. Si se la desprovee de la capacidad de crecimiento y desarrollo y, sobre todo, de un final que dé reposo a todo lo recibido con anterioridad, la vida pierde, todavía más, su sentido, si es que puede poseer alguno. De tal modo, yo comprendo a estos dos jóvenes vampiros. Ansían morir y crecer, reposar y evolucionar, lo cual les está vedado por su esencia más íntima. ¡Qué contradicción! Quienes poseen algo, las más de las veces lo rechazan o lo consideran insuficiente. ¡Qué eterna sensación tan humana! Marco Aurelio y Séneca son cada vez más imprescindibles, más cercanos a mi mundo, a esta parcela que yo me he construido y me estoy construyendo mientras crezco, maduro y evoluciono, antes de que ese final inevitable dé reposo y paz a estos absurdos desvelos que, ellos sí, perdurarán eternamente.

(Del diario inédito Palimpsesto del dubio y la aoristia, entrada de 1 de Diciembre de 1995)

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