UNA IDEA DE LA FELICIDAD INCOMPARTIBLE (MICRORRELATO)

Pudo escoger al final, con sumo tiento, una buena mujer con la que poder reír, conversar y dar paseos, y que le correspondiera. Luego eligió (con mucho dolor y todavía más dudas, nos dijo) los 200 libros y las 300 películas que más disfrute le hubieran procurado hasta entonces. Y acabó comprando, no sin esfuerzo, una casita de difícil acceso, rodeada de un prado en cuesta, desde donde que se veía el mar. No precisaría nada más para estar en la gloria, respondió a quienes le preguntamos. Algunos enmudecieron, atónitos y ofendidos; pero ninguno le aplaudimos la decisión, antes bien se la criticamos con acritud. Nos molestaba muchísimo tener que darle razón, aunque pudiera tenerla. Pero además quisimos adivinar un deje de superioridad insultante en aquella postura, pues no opuso resistencia a nuestro enfado. Nos sentimos abandonados; traicionados en el fondo. Incluso discutimos con vehemencia, cuando nos dijo que prescindiría para siempre del teléfono y de internet. Después, nuestra ancestral envidia se encargó del resto. Aquella discusión fue el broche último. No hubo despedida en sentido estricto. Fue nuestro encuentro final. No volvimos a saber de él. No volvió a llamarnos a ninguno. Yo, desde luego, no lo hice, y los demás me dijeron que tampoco. Seguro que a nosotros nos costó más resistir la tentación.

Del libro inédito Micrólogos

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