UN BUSTO SOBRE EL MAR

Una de las cosas que más llama la atención cuando se visita Salinas, es una escultura que se encuentra en un promontorio, sobre una escollera-anticlinal del Devónico, nada menos: lo que aquí llaman “La Peñona”. Antes de que tras una galerna invernal remodelaran la zona, rehabilitaran la pasarela actual, y construyeran un museo de anclas, ya habían colocado una escultura de busto, aunque grande, dado el lugar, extrañamente encaramada a la roca, cuyos estratos de base estaban oblicuos con respecto al plano del mar. La escultura, realizada en bronce por Vicente Menéndez-Santarúa, mostraba el rostro de un personaje menos que secundario, pero al parecer muy querido por estos pagos; nunca llegué a entender por qué. Se trata de Philippe Cousteau, uno de los hijos del famoso oceanógrafo Jacques-Ives Cousteau, muerto cerca de Lisboa en accidente de hidroavión, en 1979. Uno entiende casi todos los reconocimientos, incluso a personas alejadas tanto geográfica como mentalmente de donde se les rinde homenaje. Pero ¿qué pinta la figura de este aventurero, elegido por su padre para ser su heredero principal, en un entorno como Salinas? Que se sepa, este hombre no habría pasado a la historia, de no ser por su apellido y su trágica muerte prematura. Se entendería que en su lugar natal, incluso en su país de origen, se le recordara de algún modo. Pero ¿en Salinas? En realidad, no pinta nada. Y menos, si no figura su padre, verdadero pionero, inventor y canalizador de una nueva mirada del ser humano hacia todo lo que suponga la exploración e importancia de los mares. El cual sí sería merecedor de cuantas esculturas se quisiesen esculpir o modelar. Con todo, la escultura de su hijo sigue ahí arriba, arrostrando las embestidas del mar en los oleajes invernales y los miles de fotos que se le hacen de continuo. No pinta nada, siendo sinceros. Y, sin embargo, es bella, sugerente, humana. Y un referente de la zona. Bien conservada sea, pues.

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