SUELTOS DEL PALIMPSESTO (I)

Tal vez sea cierto que no sé nada y que todo esto es un sueño cuyo despertar nos arroje al estercolero onírico de una inteligencia suprema. Pero no es menos verdad que la construcción de mi sueño particular es lo suficientemente repetitiva y monocorde como para que si la primera hipótesis fuese contemplada, no debe procurar sino dolores de cabeza monumentales al presunto soñador.

Digo esto porque es de noche. Y a mí me fascina, del mismo modo a como yo antaño temía la oscuridad nocturna y los misterios que ésta pudiera conllevar. Mi memoria recala ahora en aquel niño precoz y sensible que no soportaba que lo dejaran solo siquiera fuera para coger carbón en un cuarto 15 metros más arriba. Ese temor a lo oscuro, a la ausencia de compañía que me convertía en un momentáneo huérfano accidental, pudo muy bien ser el acrisolado molde donde se alearon los materiales que hoy conforman mi estructura; una composición que adora lo oscuro, lo nocturnal, la solitude, lo señero, quizá lo exclusivo. Es más que probable que la forma de memoria más recurrente e inmarcesible pueda provenir de la inversión de los términos en los que uno edifica su infancia. Ambos elementos, contrarios, rivales a pesar suyo, conocen lo suficiente el uno del otro como para que su pensamiento se ocupe recíprocamente del emparejado de por vida.

La teoría de los contrarios volvería, de esta forma, a ofrecer un hermoso paradigma, sin ostentación aparente, de que sólo perdura lo desigual, lo que no se puede comprender del todo, aunque ambos sean partes integrantes metamorfoseadas del mismo sueño, de la idéntica irrealidad que les dotó de forma.

En el diario inédito Palimpsesto del dubio y la aoristia, de octubre de 1995

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