SHOCK POR JOSÉ MUJICA

Confieso que escribo esto desde un shock, aunque mi salud palpita estupendamente. Es un impacto emocional producido por escuchar a un viejo. Ese viejo también es una persona muy especial. Y da la casualidad de que, sorprendentemente, fue elegido presidente de un país, en este caso el Uruguay. Me encuentro en estado de shock, porque le he escuchado hablar a lo largo de una hora, cuando yo sólo quería ver cuándo empezaba la emisión para ponerla a grabar y verla otro día a mi conveniencia, pues había tareas pendientes que requerían mi atención. Pero fue empezar a hablar, y todo lo que había leído sobre él, que era bastante, se materializó de repente para comenzar una andadura de 60 minutos en la que su palabra, sus gestos y sobre todo su mirada, me abdujeron, me pegaron al asiento, e hicieron inútil la grabación que había programado.

Lo de menos es lo que todo el mundo conoce de él. Que si vive en su chacrita, que tiene un móvil y un coche antediluvianos, que si cultiva sus propias cebollas y tomates, que si dona casi todo su sueldo, que si una de sus mejores compañeras es una perrita coja que vive con él, que si no tiene vehículo oficial y apenas equipo de seguridad. Incluso no es tan importante saber que este hombre fue un guerrillero tupamaro, que estuvo 13 años en la cárcel recibiendo torturas físicas y psíquicas horribles. No es lo importante. Lo verdaderamente impactante de este personaje, José Mujica, es su palabra: es oírle hablar. Y si se le oye hablar, es muy difícil no escucharle.

Después de oírle, de escuchar sus razones, sus argumentos, la descripción de una realidad que no siempre puede domeñar; después de verle asumir sus fracasos y de hacer gala de un sentido común y de una humanidad absolutamente impensables ahora mismo en este continente nuestro, inmerso en otra engañifa electoral más; después de que esa mirada me convenciera al ciento por ciento de que todas las palabras que emitía poseían una coherencia absoluta, meditada, inusual en estos tiempos; comprobando que incluso una persona como él asume que la inmersión global en el sistema capitalista hace imposibles muchas reformas necesarias, y que el mercado es el gran dios que gobierna el mundo; tras ratificarme de nuevo que sin la ética presente ninguna actividad humana adquiere credibilidad (menos, si es política o pública); una vez que, a preguntas de un sagaz periodista, afirma algunos de sus logros políticos sin alardear ni sacar pecho, y relativizándolo todo en un contexto puramente cercano; después, digo, de haberle escuchado decir cuanto dijo, yo volví a pensar que en España y Europa no tenemos un político así, y volví a maldecir el momento político que vivimos y llegué a la conclusión de que si lo hubiera, es posible que me arrancara de mi decisión, cada vez más firme, de abstenerme de votar en blanco en esta pantomima que se nos plantea el próximo domingo.

Dije más arriba que verlo en directo me había arruinado la grabación. Pero, no. La grabación va a permitir que lo vuelva a ver, y verificar que lo que hoy sentí al verlo no fue un espejismo, sino una realidad. Distinta realidad. Inusual. Esperanzadora, al cabo.

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