RAZONADA CONFESIÓN (MICRORRELATO)

Tuve que hacerlo, señor juez. No me dejó alternativa. Pero es que yo desde muy niña pequé de radical. Maximalista, me decía mi padre, que era muy leído. Toda mi vida suspirando por un amor absoluto, eterno, que hiciera mis delicias. Y ahora, que lo había logrado, después de tantos fiascos, no iba a dejarlo escapar. Es verdad que de igual modo ya se fue, bien lo sabemos todos. Pero ¿y el recuerdo que tendré de su forma tan especial de besar, de sus atenciones constantes, de su respeto por mis caprichos, de cómo lograba sacar mi mejor versión? Eso nadie me lo arrebatará nunca. Nunca. Así que ya se hará cargo usted, señoría: era eso, o dejar que todo se fuera diluyendo, que perdiera su magia inicial, como pasa siempre; incluso que dejara de quererme, o se fuera con otra, que también sucede con frecuencia. De modo que cuando la otra tarde, entre arrumacos, le pregunté que si me querría siempre-siempre, respondió con su sonrisa más dulce “siempre, siempre, hasta que la muerte nos separe”, mientras me apartaba el pelo de la cara, se me iluminó la mirada. Y el resto ya lo sabe usted, señoría, porque la fiscal lo ha detallado todo muy clarito.

Del ilbro inédito Micrólogos

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