POLVO DE LIBROS

No sé cómo alejar de mí esta sensación de pesar constante, de perenne culpabilidad. Soy consciente de que entendí sin problemas cuanto me dijeron sobre aquella biblioteca medieval. Me acuerdo perfectamente de las palabras de aquella docta guía que nos habló de los famosos códices, sellados durante siglos, de los tipos de encuadernación, de la forma especial de guardarse, del lugar donde se hallaban, de los huecos que había bajo las tarimas para que los ventilara el aire y también quedaran a salvo de animales ignaros, pero devotos del buen sabor del pergamino. También, de sus comentarios sobre la fragilidad extrema de aquellas obras, que no se podían microfilmar siquiera, por su delicado estado. Soy consciente de todo. Pero no soy consciente de en qué momento me sentí impulsado a tocar uno de aquellos lomos, y cómo mis dedos se impregnaron de inmediato de polvo, y cómo ante mis ojos, aquellos volúmenes se desintegraban, y eran arrastrados hacia los sumideros inferiores, por la misma corriente de aire que antaño los protegía. Soy culpable, lo admito. La curiosidad me pudo más. Ahora nada puede remediarlo, ni el desastre, ni mi permanente compunción.

Deja un comentario