PERSONAL HOMENAJE DE GAUDÍ AL ARTE GRIEGO

Si se mira bien la imagen, y se sabe algo de arte, se reconocerán algunos rasgos propios del orden dórico, creado por los griegos. Así, las columnas estriadas de arista viva, el sencillo capitel con su ábaco rectilíneo y su equino curvo; también, un amago de triglifos, aunque sin metopas, y algunas gárgolas (perdónense los tecnicismos, a todas luces necesarios en este caso). Por tanto, se podría pensar que su autor es alguien amante del arte griego y que hasta copia sus dictados, como hicieron muchos a lo largo de la historia del arte. Pero, no. Pese a ser copiados los rasgos de cada orden, cada estilo sucesor resulta distinguible por rasgos añadidos o suprimidos. Si vemos los órdenes griegos en arquitecturas romanas, no tendemos a confundirlos de ningún modo, y aunque se quisiera imitar conscientemente lo griego en su pureza, como sucede en el Neoclasicismo, también hay apariencias que lo distinguirían del modelo inicial.

Bien, pues la imagen que hoy nos ocupa fue diseñada a principios del siglo XX, para un industrial catalán. Se trata de la Sala hipóstila o Sala de las Cien Columnas del Parque Güell barcelonés. La última vez que estuve, mientras tiraba unos cuantos centenares de fotos –es un lugar fascinante para cualquiera, pero para quien guste de la fotografía es fantástico-, escuché una de esas frases que lo vuelven a uno más pesimista de lo que es habitual. Era un hombre joven, bien vestido, con una niña de unos diez o doce años, y soltó la perla de que “mucho Gaudí, mucho Gaudí, pero no paró de copiar otros estilos: el gótico, el griego…”. Vamos, poco más o menos, estaba acusando al arquitecto barcelonés de plagio. La cosa me impresionó tanto, que durante un minuto o dos dejé de hacer fotos. Luego, pensé que, como en la radio o la televisión, cualquier imbécil puede opinar de cualquier cosa, pontificar, y quedarse tan ancho. Pensé en la influencia de ese tipo de programas en nuestra sociedad. Y me tranquilicé un tanto.

A ese sujeto habría que recordarle -aunque dudo que acabara comprendiéndolo- el adagio latino de ex nihilo, nihil, o sea, que de la nada, nada sale, a no ser que entremos en temas de fe. Y que toda la historia del arte (o de cualquier manifestación creativa) se ha de basar necesariamente en lo anterior, incluso cuando el propósito es crítico o disolvente, como ocurrió en el caso del Dadaísmo.

Gaudí ama el arte griego, pero él no hace arte griego. Lo recrea. Y, sí, los elementos que mencionaba al principio están. Pero todos alterados y pasados por su particular tamiz. Los ángulos poligonales, triglifos de cuatro barras y extendidos a las cornisas, espacios de metopas lisas, abundancia de gárgolas, espacios cóncavos y convexos alternantes, ábacos hexagonales y equinos almohadillados al compás de las estrías, y en el interior bóvedas vaídas, por no hablar de que encima de dicha sala se encuentra ¡una plaza!, circundada por el conocidísimo banco ondulado que la bordea. Impensable, cada uno de ellos en la antigua Grecia. Pero todos esos elementos son originalidades surgidas de la sensibilidad creadora de un genio que sabía mucho de lo pasado, para, desde él, catapultarse hasta un lugar donde muchos, bien se ve, no han llegado ni seguramente lleguen jamás.

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