ELLA, LEYENDO E IMAGINANDO; ÉL, CONTEMPLANDO EL HORIZONTE

No se puede negar que ésta es una escena apacible. Todo en ella mueve a la quietud, a la paz, a la relajación: el mar en calma, la luz cálida del atardecer que se aproxima, la actitud tranquila y sosegada de este matrimonio; hasta el barquito del fondo equilibra las masas de la imagen. Todo en ella respira silencio y bienestar.

Luego, están los protagonistas, seguramente un matrimonio maduro, acaso jubilados ambos, o próximos a estarlo. Los dos sentados el uno junto al otro, bien abrigados del frío invernal, siempre relativo en una ciudad costera, que en esta ocasión es atemperado por un sol anaranjado y dulce que alumbra y calienta un poco la piel poco antes de desaparecer hasta el día siguiente. La postura de ambos es similar. Ambos están sentados en la parte rocosa fuera de la valla que circunda un mirador frente al mar. La postura es parecida, sí, pero la actitud es diametralmente opuesta.

Ella lee. Si se amplía la imagen, se puede ver la portada del libro elegido. Es una obra de mediados del s. XX, de un escritor finlandés hoy poco editado, Mika Waltari, famoso por su monumental Sinuhé, el egipcio. El título elegido es S. P. Q. R. El senador de Roma, otra novela histórica de largo recorrido, ambientada esta vez en pleno imperio romano, y el volumen que la alberga es una manejable edición de bolsillo. La señora está enfrascada en su lectura y pese a que aún no lleva mucho leído, su cuerpo, con las piernas sin cruzar y el cuerpo algo adelantado, denota tensión e interés. Está atrapada con la trama y el mundo de fuera, su marido incluido, se ha evaporado, no existe. Sigue expectante a la espera de muchas situaciones por venir.

Él en cambio parece no hacer nada. Su expresión no es de preocupación ni de impaciencia ni de disgusto. Y aunque parece que la mira, lo cierto es que su mirada va por encima de ella hasta el horizonte. Quizá ha recalado en la figura del barquito que se aproxima lentamente a la entrada de la bahía. Puede que sólo esté ensimismado aprovechando la lasitud de la superficie del mar, tranquila y sin oleaje. Pero a lo mejor sólo está ahí sentado, al lado de su mujer, agradeciendo a quien corresponda haber llegado hasta ese momento sin excesivas taras ni preocupaciones atenazantes. Aguarda tranquilamente, con las manos sobre las rodillas y el cuerpo relajado, que la lectura de su mujer concluya o que la luz dé por finalizada la tarde.

La única verdad, sin embargo, es que en esta pareja ella lee, y él no. Lo habitual en nuestros tiempos, por otro lado. Lo demás sólo son conjeturas de voyeur trastornado y desocupado.

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