LAS RELIQUIAS MEDIEVALES, NEGOCIO ETERNO (Y REDONDO)

Estos que aquí vemos son sólo algunos de los miles de relicarios que en la Edad Media poblaron Europa, en la infinidad de iglesias cristianas repartidas por todo el continente. Son, en primer término, parte del brazo de San Emilion (s. XIII), y al fondo una Virgen María (s. XII), ambos con alma de madera, recubierta de plata dorada. Están en Francia, en la iglesia abacial de San Pedro, en Beaulieu, un bello pueblo a orillas del Dordoña. No puede decirse que se hallen entre las obras maestras que encontraríamos en lugares escogidos, como los tesoros de Santa Fe en Conques o San Isidoro de León; pero tampoco son “del montón” que albergaría la iglesia más remota y aislada de cualquier provincia. No obstante, quienes realizaban el peregrinaje hacia Santiago por esta ruta, hacían alto obligatorio en dicho lugar y oraban frente a estos objetos, dignificados y embellecidos por la espléndida orfebrería medieval heredada de los invasores germanos.

Como resulta fácil de entender, desde el punto de vista científico más escrupuloso no se sostiene que la mayoría tengan rigor atribuible, es decir, que las probabilidades de que cada reliquia asociada a un personaje santo o venerable le pertenecieran de verdad son más que remotas, salvo en casos muy documentados, que resultan ser pocos. Sin embargo, ello no fue óbice, cortapisa, valladar o impedimento para que la gente creyera sin fisuras que eran verdaderas. De modo que la fe legitimó en la práctica lo que la realidad desmentiría de un plumazo si se aplicasen investigaciones objetivas. Y si la fe legitimaba esas atribuciones, el resultado más inmediato es que atraía a muchos feligreses o peregrinos a donde se hallasen. Y ello se traducía en mucho poder económico para los lugares donde dichas reliquias estuviesen, y se publicitaran con acierto. La fama de los milagros, de las curaciones, de los hechos sobrenaturales, de las apariciones, se convertía a su vez en mayor afluencia de fieles devotos, que además de su presencia física, aportaban pingües dineros en pernoctaciones, manutención, limosnas, ofrendas, recuerdos, etc.

Así que se puede afirmar (y aquí llegamos al intríngulis del asunto) que el mundo de las reliquias medievales fue uno de los modos con que la Iglesia logró perpetuar su fe a través de los tiempos, asociando su avispado presente al testimonio necrológico y martirial de su pasado. Pero también, una de las maneras más impresionantes de enriquecimiento que organización alguna haya conseguido a lo largo de la historia de la humanidad. Su negocio resultó redondo a todas luces, teniendo en cuenta lo invertido y lo que luego acabaría obteniéndose de beneficio. Y la prueba de todo ello, aún se puede ver en el impresionante patrimonio inmobiliario y suntuario de la organización religiosa que lidera el papa de Roma. Sobre su permanencia a lo largo de los siglos, y la libranza que aún hoy disfruta dicha organización con respecto a los impuestos que patrimonio tan descomunal tendría que pagar, comentaremos otro día con más tiempo (y menos ira).

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