LA CURIOSIDAD, DE REOJO

Admitámoslo. La foto no salió como yo quería. Tratándose de robados, los “inconvenientes” de los espontáneos aparecen con frecuencia, porque uno se concentra casi en exclusiva en el objeto a fotografiar y descuida el resto (a veces, con riesgos procelosos, como contaré otro día). Y entonces, cuando uno cree que tiene el encuadre, que la acción del sujeto es la correcta, se aprieta el obturador y ¡chass!: cuando se comprueba el resultado, un fulano se ha colado en el rectángulo, trastocándolo todo. Cuando se trata de edificios, o naturalezas muertas, no pasa nada, se repite la toma y ya. Pero cuando se trata de robados, muchas veces se pierde la oportunidad para siempre. Otras, como es este caso, estropeando la foto, aparece otra circunstancia que la redime.

Piénsese en ello, observando la imagen. Mi objetivo estaba apuntando a una japonesa o coreana muy joven, portando una cámara Nikon hermana de la mía, donde llevaba montado un objetivo tremendo en longitud, peso y precio. Era verano y la luz dura del sol era ingobernable, pero al menos el adoquinado del suelo ejercía de reflector y matizaba las sombras. La chica, sin ningún arrobo por tener en sus manos un objeto inusual en una turista de su edad, fotografiaba de todo, más o menos como yo. Se notaba que no era novata, por el modo en que cogía su instrumento y los barridos que efectuaba, a la caza de algo que llamara su atención. Y era atractiva, también: otro valor añadido. Con todo lo cual se apunta, se dispara y obtendría una foto algo inusual, pero no algo sorprendente ni digno de figurar en este blog. Una foto más, entre tantos miles.

Pero el caso es que el fulano que se cuela en el encuadre se convierte de improviso y de inmediato en el verdadero protagonista de la historia que cuenta la foto. Adviértase su gesto, clarísimo en lo poco que de su cara queda al descubierto, pero suficiente para que comprendamos su asombro, o su admiración, o su extrañeza, puede que su deseo. Es una mirada de reojo tal vez de sorpresa manifiesta, a la que añadir tal vez envidia, tal vez desprecio, tal vez curiosidad por ver el rostro de la portadora de semejante equipo. Es más que probable que la hubiera venido observando desde más atrás, y que al llegar a su altura, se volviera para ampliar la información que ya le venía intrigando desde hacía unos cuantos pasos. Y ahora, cuando llega a su altura (él caminando y ella parada, encuadrando y disparando), es cuando se produce la mirada unilateral de él, ante la indiferencia de ella, concentrada en otra tarea mucho más interesante. Sin esa mirada, que sugiere todo, aunque no sepamos decir exactamente qué, la foto no valdría nada, sería uno de tantos intentos fallidos. Así, ese reojillo curiosón a punto de verificar lo que ha imaginado de esa avezada fotógrafa, se convierte en el motor de un relato visual, y nos ha permitido lucubrar sobre qué, cómo, cuándo e incluso algún porqué.

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