EL ÚLTIMO VIAJE MEGALÍTICO

Los monumentos megalíticos siguen sorprendiendo a quien los mira. Aunque en algunos casos, como éste, sus piedras fueran más pequeñas, nos sigue pareciendo increíble que unos hombres con tantas carencias tecnológicas se tomaran tanto tiempo para hacer algo que podría antojársenos algo gratuito o irrelevante. Y, sin embargo, nada más importante para estos hombres primitivos que sus creencias, por las que sacrificaban esfuerzos, objetivos e incluso personas. ¿Qué les impulsaba a dedicar tanto tiempo, a organizar tanta fuerza bruta con que transportar las colosales piedras, y colocarlas donde con anterioridad alguien había decidido que habría de ser erigido el monumento? Hay pocas respuestas fijas para ello.

En el caso de la Naveta des Tudons, en Menorca, las interrogantes son menos difusas. Se trata de una clara construcción funeraria. Y se sabe que no sólo se enterró allí a los miembros de una familia, sino que hay constancia de que fueron muchos individuos, alrededor de un centenar. En su interior, oscuro y seco, al que se accede tras adoptar una postura casi reptante, aún apabulla más, por lo pequeño que resulta, en comparación con la vista desde el exterior. Se las llama navetas, porque tienen forma de barca invertida. Como si, siglos antes de que la mitología griega nos hablara de Caronte, estos iberos menorquines ya supieran que para acceder a la otra vida era preciso iniciar un viaje de indeterminadas características, pero al que había que dar cumplido inicio con la forma de la tumba que albergaría los cuerpos de los muertos. La idea del viaje postrero, ya, tan antigua. Y tan poderosa, que todavía hoy se mantiene en pie.

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