Ahora, sí. Hubo tiempo en que no, que mi orgullo impedía en primera, segunda y hasta tercera instancia, recurrir a alguien si no era estrictamente necesario. Hoy se puede decir, en esencia, que mantengo idénticos presupuestos de autosuficiencia, pero utilizo la necesidad que tiene la gente de sentirse útil y superior en determinadas circunstancias a los demás. Así, cuando quiero algo de alguien que no puedo lograr por mí mismo, finjo una inutilidad todavía mayor de la que en realidad ya tengo, y un interés extraordinario por lo que hace esa persona tan bien y yo tan mal. Con ello y un buen catálogo de sonrisas adecuadas he obtenido más que con mi posición de antaño. He logrado que personas ajenas me ayudaran sin pesar, he generado alguna amistad duradera y, sobre todo, sin que haya ido en menoscabo de mi propia autoestima, que se ha especializado en mayor medida y ya no sufre por no poder ser autosuficiente al cien por cien. No obstante, en pequeños detalles se podría ver que me sigue fastidiando que me ayuden cuando dicha autoestima pueda hallarse en entredicho (vg. jugando al Scrabble, en una situación de recordar datos, a la hora de orientarme mientras conduzco, etc.). Y es que quien tuvo, retuvo.

—————-

Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas, de Gregory Stock, fueron elaborados entre 1998 y 1989

Pd/2 Si deseas ver el resto de las entradas de esta serie, pincha aquí