LA NECESARIA INUTILIDAD DE VERSALLES

Si bien se observa, esta puerta es, más que un objeto de apertura, una frontera. La que separaba a la nobleza y la corte francesas del resto de su pueblo. Una frontera, una división. Está dorada. La han pintado recientemente. Busca el asombro contemporáneo hacia una época donde el oropel más rebuscado convivía con la miseria más atroz. Aún nos sorprendemos de que aquello tuviera lugar tan sólo hace apenas tres siglos. La impudicia de los poderosos suele ir pareja a su deseo de exhibición. Ése es uno de sus defectos más notables. Por ella, entre otras muchas causas, las monarquías cayeron, presas del descrédito, del desamor, de la desconfianza. Cuando se accede hoy día al palacio de Versalles, a pocos kilómetros de París, lo primero que sorprende es la inmensa cantidad de personas que acuden a él para comprobar algo que resulta difícil creer si no se ve, aunque tantas veces lo hayamos contemplado por otros medios: la inutilidad manifiesta de la belleza, y cómo la falta de correspondencia entre lo inútil y lo realmente necesario fue la nota dominante de una cultura que hizo del hedonismo estéril un modo de vida. Si se recorren las salas, las habitaciones, los jardines, todos ellos atestados de turistas ávidos de imágenes y de pruebas de haber estado allí, se tiene una impresión de agobio, a la que acaso no fueran muy ajenos los habitantes de esa corte endogámica y aislada del dieciocho francés, aunque por razones diferentes. Lujo, belleza, apariencia, recargamiento, riqueza, abundancia. Todo ello es contemplado sin apenas detenimiento, con la prisa habitual en estos recintos. La protagonizan manadas de personas para quienes la entrada a este enorme palacio es sólo la excusa para poder afirmar que allí estuvieron, que se van como llegaron, con la misma idea preconcebida, y con pocas sensaciones nuevas, alegres de poder mandar a alguien querido una foto presencial y justificante, electrónica e instantánea. La puerta dorada de acceso no es ya la entrada principal, mucho más modesta y práctica. Es la muestra singular de que aun siendo falsa fue más verdad de lo que ahora ha de contemplar cada día.

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