HOMBRE ÁRBOL

El hombre árbol es un ser singular. No se mueve cuando le echan monedas los niños, sorprendidos siempre con la inmovilidad de los mimos, y expectantes ante cualquier variación que las poses pudieran mostrar. Pero el hombre árbol no se mueve nunca, por lo que los niños se quedan muy decepcionados y enseguida cambian de lugar, después de echar una última ojeada a la figura verde, para ver si al fin algo cambiaba en su postura. Nadie se explica cómo lo hace. Si uno se acerca mucho, puede escuchar el eco lejano de un latido, pero a medida que pasa el tiempo, cada vez es más imperceptible el movimiento del pecho, como si su piel se revistiera de la inmovilidad del árbol imponente al que emula. El hombre árbol tendrá que alimentarse, pero nadie ha visto cómo lo hace, y todo son cábalas sobre si alguna vez se baja del pedestal. Los más antiguos en estos eventos aseguran que se ubicó en la zona principal de esa plaza hace poco más de un año, pero que se ha convertido en una de las atracciones del lugar, aparte de por su belleza intrínseca, por las características descritas, que añaden un paño de misterio vegetal sobre su superficie, que conviene al negocio. Las monedas que recibe se acumulan en la caja que tiene delante, pero nunca está llena, de modo que alguien la vacía; aunque nadie puede asegurar haber visto quién lo hace, ni cuándo. Todo es misterio en la vida de este hombre árbol inmóvil, perfecto en su postura, inverosímil en su actuación, constante hasta la obcecación, inmóvil hasta mimetizarse con el paisaje urbano que lo circunda. No sabemos nada de este hombre árbol. Acaso sea un hombre que decidió desprenderse de su humanidad y adquirir la esencia de los seres vivos más antiguos del planeta. Acaso sea eso, y ya no sea un espécimen humano, sino un árbol que recuerda vagamente la figura de un hombre.

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