HITOS DE MI ESCALERA (9)

1975 fue un año redondo. Por una parte, tiene lugar un hecho capital en mi existencia. Por otro, muere Franco. De esto último, hablaré otro día. Por aquel entonces, e iniciado mi último curso de la EGB, yo era un consumado lector de tebeos que me bebía con la colaboración de alguna vecina y de adecuados intercambios que en aquel entonces se podían efectuar en algunos quioscos. Aunque haya quien no se lo crea, en aquellos años, por 10, 25 o 50 céntimos de peseta, podías dejar el tebeo que quisieras, que podía ser uno tuyo, y llevarte para siempre otro que no tuvieras o no hubieras leído aún. Si luego de haberlo leído y releído, querías volver a cambiarlo, el proceso recomenzaba. Mi familia no andaba sobrada de dinero, y mi madre controlaba la economía familiar con rígido celo. Y yo siempre pedía más intercambios de los que me podían conceder.

Yo precisaba de forma constante más material que llevarme a los ojos. Y esa ansia se la comunicaba a quien quisiera oírme. Mis padres lo sabían, pero era como si oyesen llover. Mis amigos no es que no me escuchasen, pero no entendían mi perentoriedad. Hasta que uno de ellos, Alfonso, que durante varios años sería mi mejor amigo, se marcó una de las chulerías que más impacto me produjeron en mi vida. Se extrañó de que no conociera la Biblioteca Pública y, ufanándose, me relató la existencia de la posibilidad de hacerse socio y poder ir allí a leer. Con los ojos como plazas de toros, le urgí a que me contara todo lo que sabía. Con morosidad, como obteniendo cierto placer en mi urgencia, me desgranó muy poco a poco los “secretos” de cómo hacerse “socio” de tal institución. Los escollos a salvar eran ¡una foto de carné!, y unas pocas pesetas, que, como es natural yo no tenía. Había que pasar por el filtro de mi madre. Aunque luego todo consistió en labor de zapa y asedio. Mi madre, de mano, decía que no a todo. Luego, ya iba viendo. Pero tras varias semanas, acabó accediendo. Imagino que lo haría para verse liberada de mi insistencia, y porque acaso se ahorraría algún dinero, si lograba tenerme entretenido por otros medios.

Pero lo mejor estaba por llegar. Cuando ya formalizados los trámites, logré tener aquel carné -que aún conservo en casa de mis padres- y, contentísimo, subí las escaleras que llevaban hacia el primer piso, a la sala infantil, yo no cabía en mí de gozo. Recuerdo a la perfección aquel recinto, y la cara del bibliotecario que guardaba su entrada, muy delgado y serio, pero buen profesional. La luz lo inundaba todo, y las mesas, bajitas, estaban rodeadas de unas sillitas en consonancia. También había unos pocos asientos individuales, como silloncitos pequeños, que eran muy golosos, y que había que esperar para lograr hundir los reales en ellos, pero que cuando se lograba, a uno le costaba dejar el tebeo correspondiente para no perder la plaza.

En aquella sala yo entré en un universo propio lleno de personajes salvajes, de obras infinitas, de versiones de los clásicos adaptadas al cómic, todos ellos impensables para mí. Algunos viernes por la tarde y los sábados por la mañana, aprovechando que iba mi madre a comprar a la plaza, yo seguía camino e ingresaba en el palacio de la Biblioteca Pública de León, donde las horas pasaban siempre demasiado deprisa, porque la sirena de cierre me sorprendía siempre en alguna aldea de irreductibles galos, o con la última chapuza de Pepe Gotera y Otilio, o con tantos y tantos personajes y mundos que ahora se me han difuminado, pero que crearon el humus del que mi voraz apetito fue dando cuenta para dar saltos cuantitativos y de mayor envergadura cada vez, hasta ser el lector que hoy soy.

Mi amigo Alfonso estaba muy orgulloso de haber sido quien me trasladó el secreto de aquella institución. Y un buen día me asestó un golpe certero, definitivo, que lo inmortalizaría ya para siempre en mi memoria: “Por cierto, ¿tú sabes que hay una sala de préstamo, y que te puedes llevar libros a casa?”

4 Comentarios

  • Emma
    Posted 17 de enero de 2021 10:03 0Likes

    ¡Que manera más diferente de llegar al mismo “vicio”…!
    Pisé, por primera vez, una biblioteca pública en mi primer año de Universidad. Hasta entonces, no lo necesité.
    En mi casa había muchos libros. De mi madre, de mi padre y los que compraban, regularmente, para su prole. Y en casa de mis tías, donde se guardaban los de una de mis primas, junto con la biblioteca infantil, juvenil y adulta de mi padre, mi tío y sus hermanas.
    Mi padre nos compraba varios tebeos todos los domingos, imagino que para evitar peleas, sobre todo, entre mi hermano Luis y yo, devoradores compulsivos de cualquier texto que cayera en nuestras manos.
    Intercambiaba libros y tebeos con mis amigas, con los amigos de mi hermano, con mis primos…

    Otrosí digo: ¡Qué cabrón, Alfonso!

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 17 de enero de 2021 10:52 0Likes

      Bien dices, sí. ¡Qué modo más diferente! Tu relato se parece al de algunos escritores cuyo decurso vital suscita muchas de mis envidias, al haber dispuesto de maravillas, ya en su entorno más inmediato. Hablo, sin profundizar, de casos como el de Borges o Yourcenar, cuyas fabulosas bibliotecas paternas hicieron innecesario recurrir a las públicas. Y qué delicia lo de tebeos nuevos los domingos. ¡Ay, qué envidia retrospectiva! Con todo, múltiples son los caminos por donde llegar al paraíso. Y cada uno ha de transitar el suyo propio, como así hemos hecho, tú por tu lado, yo por el mío.

      Pd/ Cómo me presta que mis Hitos te susciten comparanzas y semblanzas, y te animen a compartirlas, comentándomelas

  • ALFONSO
    Posted 23 de enero de 2021 20:52 0Likes

    Estan muy bien esos apuntes. Que mejor satisfacción le queda a uno, si con ello haya contribuido a sumergirte en el el mundo de la lectura y el conocimiento.. Hago mención al reenvio del wasap que te reeenvie el dia 21/01/21 y que hace mención de Angela Merkel. Eso lo dice todo.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 24 de enero de 2021 09:14 0Likes

      Pues sí, sí. Y que seas el único amigo que conservo de la época de la infancia, también debería abundar sobre lo mismo

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